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No, no. la joven temblando, forcejeaba débilmente.
El viejo se extremeció, y con un gran esfuerzo le salió de la hoyada del pecho una tos estentórea. El perro, asustado, gruñó. Jorge soltó la niña y ésta escapó como un pajarillo al que abrieran la puerta de su jaula, luciendo al correr una greca de cabellos resplandecientes a la luz de la luna.
Un momento después cerraban lentamente la ventana que poco antes arrojaba tan viva luz desde el edificio; y se oyó el golpe seco de un cuerpo que caía en la acera, al otro lado de la verja del jardín.
II La noche oscura, el viento silba meciendo los verdes encajes de la arboleda, y en la pila, adorno del jardín, se oye el monótono glic, gloc, glic, del incesante gotear de la fuente. No se da un paso sin tropezar con algo.
Pero hoy, ni luz en la ventana. Allá se mueve algo como una culebrita de fuego. El misino tío Abelardo que nunca nos desampara. Don Jorge, don Jorge. Ola! qué cálculo tienen los enamorados, mire como andan: lo mismo que si se hallasen en terreno propio, llano. Eso sí que se quieren muy bien. Voy alumbrarle, no suceda se rompa la cabeza en un estorbo de estos. Gracias. Saldrá ella temprano hoy?
Yo no sé pizca de eso. Supongo que sí.
Abelardo, un favor; déjenos hoy en paz, solitos.
Gruñó el viejo, y cambiando de conversación, requirió su linternilla y miró para todos lados. Tengo encargo, dijo, de la señorita, de poner luz en el jardín. No me dijo para qué. Verdad que necesidad no hay, pues yo bien me lo sé. Ignora que velo sus amoríos como.
El guardián de la honra de la familia fué interrumpido por su compañero. Han abierto la puerta; desde aquí se ve la claridad: ies ella, ahí viene. Me voy, pues, señor. diciendo y haciendo se retiró Abelardo su rosal, como de costumbre. Se colocó de manera que podía bañar con los rayos de su sorda linternilla, la feliz pareja. No encendió como otras veces su pipa. renegando del negro pabellón que envolvía Natura, se puso como gato en acecho; no para oír, mas para ver. Jorge, estas venidas, oh! estas venidas! Tú no sabes qué me cuestan. El mejor día nos pillan y.¡Adiós. No te aflijas, ya brillará mejor día para nuestro amor.
Pero verdad que me amas mucho?
Muchísimo.
Tomóla Jorge por las miniaturas de mano y acariciaba entre las suyas aquella piel tan suave, temblando. Luego. Dame un beso, la dijo, en pago de lo mucho que sufro siempre que no te veo. No me pidas lo que aun no puedo darte.
Que no puedes. Bien sé yo lo contrario. Sólo que no me ames?
Bah! Lo dices porque bien convencido estás de que te adoro.
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