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gorosas, delineadas con toques de mano maestra, y pinta con sinceridad si. tuaciones con que cada paso tropezamos en la vida. En toda ella palpita la realidad y campea el espíritu de lo cierto.
Bien se ve que don Jenaro no se propuso gastar sus energías en la formación de párrafos de vistoso ropaje, pues es parco en retóricas, sino presentar cuadros vivientes, derivados por su fina y perspicaz observación, para regalarnos una obra completa, fiel por su verdad y pulcra por su vestidura.
La pulcritud no se halla sino de cuando en cuando levemente interrumpida por el empleo de algunos galicismos y expresiones que, fáciles de corregir, chocan un gusto depurado, pero, en cambio, el desarrollo se desliza en prosa fluida, vigorosa veces, ora tranquila, sin saltos ni contorsiones nerviosas; es decir, que no se nota en el estilo la lucha quejumbrosa de la pluma y el papel cuando el escritor, descontento de la forma, somete torturas el intelecto, mientras, borrando lo ya escrito, se lanza en el mar de las expresiones pictóricas, en la penosa búsqueda de vocablos especiales y gallardas construcciones, que resultan casi siempre amaneradas.
Las descripciones son veces largas, pero fieles y rozagantes; otras presentan como cuadros trazados por el pincel del artista, y vaya como muestra un fresco y perfumado botón: Caía la tarde, una tarde fresca y despejada; el Poniente se encendía con los arreboles del sol, presentando a la vista la ilusión de un inmenso mar de topacio fundido, en el cual advertíanse aquí y alla isletas, cabos y penínsulas de un color gris claro, ardiente; luego un gran espacio de rojo subido, de color de ascua, que iba desvaneciéndose hasta morir en un violeta tenue; toda una sinfonía de colores digna de la muerte del Soberano de nuestro cielo tropical!
En los picos de la alta cordillera del Suroeste se desgarraban algunas nieblas blanquecinas, mientras que sobre el Irazú iba destrenzando la noche su negra cabellera.
Los tipos son todos de carne y hueso. quién no ha visto la niña veleidosa, coquetuela, llena de aspiraciones, sin norte, ávida de lujos que su padre no puede sostener sin grave embargo de sus intereses. Quién no reconoce en la figura de don Clemente, el viejito corrongo. la de tantos misoneistas recalcitrantes que a cada novedad vuelven los ojos a la historia del ayer, y no deciden seguir la corriente impulsora del progreso, y ante el idem de la época hacen pinitos como el niño que principia caminar?
Trillito, Eduardo Cartín, Urdaneta, Valentina son, no creaciones de la fantasía. como el autor expresa hacia el final del prólogo, sino vera effigues, retratos exactos de personajes que pululan en todas las sociedades.
Julián y Diego, como copiados del natural, aquél, el hijo honrado y respetuoso, el hermano solícito, corazón de oro, todo cariño, todo afecto hacia el hogar; incapaz del mal ni por pienso, la fatalidad lo lleva al sacrificio, 1240

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