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Primeras de la noche, la cabeza Coronada de espumas. Cual salta un potro indómito las vallas Que oponen pobre estorbo a su fiereza Se echó rugiendo en las desiertas playas hizo temblar las rocas inmutables, Esas fuertes murallas Opuestas sus iras formidables.
Entre el fragor de la borrasca, un cóndor Desde la cima de un peñón erguido Por el rabioso oleaje Con iracundo empeño combatido, Presenciaba impasible la salvaje Lucha que su alma no llevaba el miedo, Clavada la pupila en un miraje Distante de la scura muchedumbre De las revueltas ondas, y soñaba Bañando su plumaje Del astro Dios en la soberbia lumbre.
De pronto en sus tambores la tormenta Llamó al asalto del peñón, las olas Ebrias por el coraje, la sangrienta Empresa se lanzaron Tras de sus espumantes banderolas, Cual si encendiera su feroz locura La presencia del ave allá en la altura.
Tembló la roca, pedestal del cóndor, él, desplegando sus oscuras alas Las contemplo un instante, cual contempla La hermosura sus galas; Luego, cual presa de infinito anhelo, Con la fe de los grandes corazones En la victoria de su esfuerzo, al cielo Alzó los ojos y miró en tropeles Desfilar los siniestros nubarrones.
Después, tendiendo el poderoso vuelo Sobre el inmenso mar embravecido, Como un raudo meteoro hecho de pluma, Cruzó el espacio y se perdió en la bruma De aquella tempestad arrolladora.
Quizás buscando otro peñón erguido Mas alto aún, otro peñón querido Para ir sobre él saludar la aurora.
José María Zeledón Enero 22 1906.
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