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de las especies animales y vegetales que se encuentran en las faldas y las que se hallan en el volcán propiamente dicho. No solamente decrece el número de esta última especie, a medida que se sube, sino que también se vuelve cada vez más raquítica. Las mirtáceas, que constituyen una vegetación enmarañada, están muertas en aquellos lugares en que azotan el viento y las cenizas. Sus troncos parecen haber tenido muchos siglos de vida: alguien tuvo la ocurrencia de decir que se morían de viejos. Hay varias especies de helechos y Lado Oeste de los Playones gramíneas, abundan las ciperáceas y melastomáceas y las bromeliáceas de y colores vivos y son las que más atraen la atención del viajero, por el contraste que forman en el gris de aquella naturaleza muerta.
La vida animal debe ser una cosa muy difícil en aquellas soledades.
No se disfruta allí de esa alegría que comunica la naturaleza el canto de las aves. Se escucha, sin embargo, de vez en cuando el piar de los gorriones que vienen revolotear en los mirtos en flor, el aleteo de las palomas que llegan allí mismo cuando la fruta está madura. Fuera de estas aves y de algunos himenópteros que vienen encontrar al viajero para molestarlo con su constante zumbido, la fauna del Poás resulta excesivamente pobre.
En resumen, las excursiones al Volcán de Poás tendrán siempre un gran interés como campo de estudios y serán una fuente inagotable de observaciones.
Elias Leiva San José, de enero de 1906. Fotografias de Max. Rudin)
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