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trivial y que se resume en la idea mía de que los tres bonitos tomos nos ofrecen apenas un par de horas de lectura. por no ser más difuso, manifestaré francamente, que hallé en Poemas de Alma un cuadrito vivo, si vale la expresión en este caso, puesto ya muy bien en verso por Calsamiglia, cuadro digno de encomio: En la Estepa, dedicado don José María Zelerón.
Ignoro cuáles sean las lecturas favoritas de Rafael Angel Troyo; mas si lee las modernas, no vacilo en atribuír influencia de ellas el origen de la inspiración que en buena hora cuajó esa producción, no de una originalidad notable, nihil norum sub solem, pero el molde en que está vaciada, decadente mejor, rubendariaco, tiene un sentimiento original, una expresión muy de Troyo, y feliz.
Un soldado herido mortalmente en el campo solitario se queda a solas con el cielo y la sabana. así le halla la tarde, llorando a su madre y su novia. De pronto el soldado tornó sus ojos hacia un flaco y desnudo ár bol de donde emergía el ruido de un siniestro aleteo: un cuervo posado «en una de sus ramas le miraba incesante. entonces del pecho de «aquel acongojado moribundo brotó un doloroso gemido, y haciendo un «postrer esfuerzo, levantó la cabeza, miró el solitario y lejano campo que comenzaban a invadir las sombras y cayó luego. El cuervo con pausado vuelo descendió y cerniéndose cauteloso sobre el cadáver, describió varios círculos a su alrededor, ensanchando «la cola y las alas. Al fin bajó, posóse en aquella cabeza ensangrentada «y después de espiar sigilosamente en torno suyo clavó su agudo pico en los párpados, dejando aquellos ojos horriblemente abiertos.
Hace muy lúgubre la escena aquel cuervo que desnuda los ojos del soldado al caer la noche, solo, en la inmensidad de la sa bana, y los deja sin expresión, o con una horrible, viendo fijamente en el cielo azul la linda estrella de su amor.
Apenas leí esa composición recordé una escena de La Guerra y la Paz del casi centenario Tolstoy: El príncipe Andrés Bolkonsky, herido en la cabeza, cae de espaldas sobre la planicie de Pratzen apretando entre sus manos un girón sangriento de la bandera rusa que acababa de recoger del suelo endonde estaba tendida al lado del abanderado caído. Después de la batalla, cuando abrió los ojos, huía la tarde. Qué calma! Qué paz! murmuró. Hace un instante yo corría, corríamos todos gritando. La lucha. La derrota. ahora el cielo con su profundidad sin límites. Qué dichoso soy en distinguirle. Sí; todo está vacío! Todo es mentira y decepción, excepto ese cielo que Dios me ofrece para mi reposo. Tolstoy es menos tétrico y más consolador que Troyo, precisamente porque el relato de Tolstoy sigue, y tiene otro fin. Mas el de Troyo fuera de su finalidad artística pone espanto en el alma, y parece que, efectivamente, por la mente de su autor hubiera pasado todo el horror de la guerra y hubiera querido infundírnoslo con la fuerza de su sentimiento poético. He aquí la trascendencia hermosa del cuadro pintado con amor, con deleite fervoroso.
1264 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregon Lizano del Sistema Nacional de Biblioteca del Ministerio de Cultura y Juventud Costa Rica

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