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compañías diez los ojos bienermitia ver los ezaron los soldados descargas Germán notó la zozobra y poniéndose de un brinco al lacio de su Jefe y amigo le dijo. Miguel, por Dios y por la honra de tu nombre, no te arredres. Arriba muchachos. gritó Miguel, y sin mirar si le seguían, arrancó hacia la altura.
Llegaron, sí; llegaron los dos amigos y con ellos algunos soldados y tras éstos todo el batallón, que, enardecido por aquel ejemplo arremetió con inaudito coraje y desalojó los contrarios, persiguiéndolos con encarnizamiento hasta hacerlos descender por la opuesta vertiente.
Rehecha la retaguardia, pudo a su vez atacar a los que intentaron cortala, haciendo prisioneros los que habían penetrado ya en el desfiladero y recuperando las dos piezas perdidas. a división se salvó, no sin dejar en aquellos sitios buen número de muertos y recogiendo otro mayor de heridos.
El Jefe que mandaba la vanguardia vió y pudo apreciar perfectamente el arrojo de Miguel y sus soldados y, una vez reunida la fuerza, le llamó ante las filas para felicitarle y anunciarle que lo propondría al General para um recompensa.
Germán, gozoso por la justicia que se hacía su amigo, no se acordó siquiera de que acaso ſué él mismo quien determinó en Miguel el impulso que le hizo atacar con tanto arrojo.
Siguió la división adelante y las horas de marcha hizo alto a la vista de la ciudad que debía atacar; pero, ya cercana la noche, el General ordenó pernoctar en aquellas posiciones para, al nacer el siguiente dos pude der el brderes terminantes de que no se enPasóse la noche como mejor se y con cendieran fuegos ni aun ante los mayores peligros. Al día siguiente, en vez del toque de diana, fueron los resse armase ese jolgorio y algavara tan propios de los soldados españoles pectivos furrieles despertando las росо antes de amanecer, en medio de una niebla que no objetos pasos de distancia. Con el arma preparada recibió orden de avanzar en guerrillas el batallón de Miguel, y, la escasa media hora de andar, los más avanzados con un parapeto del que empezaron salir nutridas coreadas con infernal gritería, en la que sobresalían las voces de El teniente aqui. darse cuenta de ello, habían llegado coronel del batallón por la niebla y a y sin Mandó al cornetin de órdenes tocar la bayoneta. con lo animó a los soldados hizo con nuardia. Asi ocurrió, y después de dos horas de fuego, en al resto de la división lo que sucedía, para ella secundase el ataque de la que la resistencia del enemigo no extremada, siciones levantada la niebla, abaninar ls y evacuar ya les ciudad, en en la que entrar las fuerzas Miguel, llegó con este hastar cere de una casa desde ella Ins dos lle.
vando cuyas ventanas seguían disparando dos o tres desesperados. Dingespada como única útil. Liguel, que habia las cáp ulas de su revó ver, bastanha la puerta a la que penetraron por hallarla franca, y en la cual nacía una esMiguel delante habitación, apareció una la cuyo calera bastante ango da, cuyas grans empezaron a subir salto contenido arrojó furiosamente contra los asaltantes. El instinto hizo que Miguel se tas que mujer, con un puchero cazo en la marimase la pared. agachándose, y aprovechando Germán aquel movimiento, saltó elante de su amigo, cubrió con su cuerpo, recibiendo en plena cura todo el contenido del puchero, que no era otra cosa que aceite hirviendo.
No fué un quejido ni un grito, fué un rugido de dolor el que salió del pecho de Germán al sentir en su cara aquel hirviente líquido: tambalcóse y hubiera caido no sostenerle Miguel, que cogiéndole casi en brazos descendió aquella fatal escalera. Salió con su carga la calle y, guiado por los toques de corneta, se encaminó donde podía hallar auxilio. Mallólo efectivamente y Germán fue conducido la casa en que se había instalado el hospital de de sangre.
Reconocido por el médico del batallón, pudo apreciar las horribles huellas que el aceite había dejado en la cara y especialmente en los ojos de Germán, cuyos párpados esta ban materialmente abrasados. No creo que muera dijo el médico pero sufrirá mucho y si, como temo, el aceite llegó los cristalinos, este muchacho quedará ciego. No oyó Germán el pronóstico, pero sí Miguel, que sintió en su corazón tan agudos dolores como los que sufría en la cara su infeliz amigo. Este fue trasladado con la primera ambulancia la capital.
dió aquí. Están aqu que, Ocultos en seguida sus las de da lo le viósele, del ejército.
sus pos Germán, siempre a consumido las cerca al y.
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