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caso de Maria Barbella Hace algunos días he experimentado, en mi calidad de antropólogo criminalista, un vivo placer, y quiero referir al público el motivo que lo ha ocasionado, para fijar en un hecho, siquiera sea anecdótico, las ideas siempre vagas que tiene el público profano acerca de los dictámenes de los antropólogos criminalistas.
Hace diez años fue muy sonado en Nueva York el proceso y la sentencia de María Barbella. Se trataba de una pobre emigrante italiana que había asesinado su amante; pero le había asesinado en circunstancias tan trágicas, que hubieran debido hacer sospechar en el acto, aun los menos avisados, que se trataba de un delito pasional y no de un delito cometido por criminal nato. La pobre había sido seducida por su amante con promesa de matrimonio, y el amante en cuestión, después de haberla seducido y arrancado del seno de su familia, en lugar de cumplir su promesa, había empezado maltratar su víctima, vilipendiarla, burlarse de ella y gastar el dinero que la pobre ganaba con su trabajo, y en divertirse con otras mujeres. La desgraciada había soportado siempre todas las injurias, palizas y afrentas con paciencia y sumisión, esperando inducirlo algún día, con su mansedumbre y bondad, legalizar su unión y devolverle su «honor, como ella creía ingenuamente. En lugar de esto llegó saber un día que su hombre había decidido partir secretamente para dirigirse San Francisco, en compañía de dos amigas suyas. Cuando supo esta noticia, corrió en busca de su amante, que estaba en una taberna, se echó sus pies, le suplicó y le imploró que se casase con ella, asegurándole que le dejaría partir y hasta le daría todo el dinero que tuviera para que lo gastase con sus amigas, pero que no podía soportar la vergüenza de su deshonra mientras no se legalizase su unión. El hombre la rechazó brutalmente, diciéndole. Sólo los cerdos se casan. Entonces ella, impulsada por la rabia y la desesperación tomó una navaja de afeitar y se arrojó sobre él para asustarlo. Desgraciadamente la navaja cortó la carótida, y el hombre cayó en tierra muerto.
Cuando la mujer se dio cuenta del trágico suceso, en lugar de pensar en huir y esconderse, como le aconsejaban los presentes, se fué derecho un policeman, y le dijo. Préndame porque he asesinado mi amante. Desde el primer instante no se vió en ella, en suma, ninguna tentativa ni preocupación para salvarse atenuar su delito. Juzgada por los tribunales, defendida por abogados inexpertos, y no conociendo ni ella ni los testigos italianos la lengua en que se desarrollaban los debates, fué condenada muerte con todas las circunstancias más agravantes de premeditación Por aquella época leí el caso en los periódicos, y no vacilé en declarar que si alguna vez se había cometido un delito por una persona que no pareciese delincuente, era precisamente aquél; que se trataba de un delito pasional, del que había que excluir toda premeditación, de uno de esos delitos que parecen indicar en una persona más bien que la perversidad, el deseo de venganza y la crueldad, un exceso de sensibilidad, 1282 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud Costa Rica
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