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He aquí un ejemplo práctico y sugestivo de lo que mi escuela sostiene y trata de demostrar desde hace largo tiempo. Nosotros decimos que no es justo ni útil castigar todos los delitos del mismo modo con artículos del código que parecen medicinas para todos los enfermos; nosotros sostenemos que es preciso no concretarse la forma material del delito, sino que hace falta investigar el ánimo del que lo ha cometido, porque quitando a la pena el carácter y la significación absurda y bárbara de vindicta social, no le queda a la sociedad otro derecho que el de defenderse contra aquellos individuos que le son, por su naturaleza, fatalmente nocivos. Debemos, pues, ante todo, estudiar qué estímulos han impulsado al reo cometer su delito, y cómo se ha conducido antes, después y durante la comisión del mismo. Si encontramos, como en el caso de María Barbella, que la delincuente ha observado siempre una vida lionrada y llena de bondad, que el crimen cometido en virtud de un irresistible ímpetu personal y que después de haberlo cometido se arrepiente y se entrega sí misma, podemos deducir que no se trata de un criminal nato, sino de un fenómeno ocasional en su vida producido por estímulos irresistibles. Por eso no representa el delincuente en este caso un elemento peligroso para la sociedad, y no tenemos necesidad de defenderla y salvarla de semejantes organismos, como no pensamos en deshacernos de un árbol que tiene raíces robustas, porque puede ocurrir que un torbellino violento lo arranque y eche casualmente por tierra.
CÉSAR LOMBROSO Turín, junio de 1905 LAS IDEAS Surge a veces en el llano y en la loma veces brota susurrando mansamente, como de una arteria rota, cristalino manantial; manantial inagotable cuya linfa fresca y pura se desliza misteriosa bajo arcadas de verdura como sierpe de cristal.
Danle sombra con sus ramas los arbustos de la orilla, y despliega ante sus plantas la balsámica gramilla su magnífico tapiz.
Ya se vuelca en un ribazo, ya se arrastra en una hondura, ya parece, desde lejos, en la faz de la llanura misteriosa cicatriz.
Pero avanza, siempre avanza; deja el llano, cruza el monte y al murmullo de sus pasos se va abriendo el horizonte como el velo de un altar; lo saluda el ave errante con dulcísimos gorgeos y le cuenta el aura tímida sus amantes devaneos la luz crepuscular.
La onda leve se agiganta, su rumor se torna en grito.
como el pecho que fermenta la ansiedad del infinito.
la inquietud del porvenir; y creciendo y avanzando, el raudal se torna en rio, y va el río tumultuoso, imperterrito y sombrío, con el mar a combatir. Así nacen las ideas, manantiales de onda pura: las ideas que no tienen más escudo ni armadura que el escudo de su fe.
Pero avanzan silenciosas se retuercen forcejean, y se allanan las montañas, y los páramos chispean los golpes de su pie.
OLEGARIO ANDRADE 1284 Este documento es propiedad de la Biblioteca Nacional Miguel Obregón Lizano del Sistema Nacional de Bibliotecas del Ministerio de Cultura y Juventud, Costa Rica

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