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rran una tortuga boca arriba en la breña. este reto, hace caracolear Gabardín un precioso potro azulejo de formas delgadas y piernas que envidiara un gamo. Gabardín es un mozo que escasamente cuenta 23 años, pero quien espera un porvenir brillante por su arrojo, que raya en temeridad, y la destreza poco común que posee para amansar los más furiosos y rehacios potros. Nor Cisclo le dice: Me han contao que es el toro puntal de la bajura y que solamente con oración amarra úno donde amarra; pero yo no creo en brujas, ni en duendes, y tan hombre es como yo. pártese, pues, pa que echemos el topón, que va hacerse un jiquelite con el manigordo de los miravaleños.
Sepáranse ambos, una distancia de 25 30 metros; detienen sus potros, quedando las manos en una misma línea, bien parados y descansando sobre sus cuatro patas, debiendo juntarse unos 50 metros, que los separa de la calle que sirve de pista. El choque tiene que ser espantoso, y entonces se verá la habilidad y agilidad de cada ginete y la fortaleza y empuje de ambos potros. Todas las probabilidades de triunfo las tiene Acisclo, debido su larga práctica en estos ejercicios y, más que todo, la mayor fuerza y estructura de su corcel. Los potros, bien aleccionados, y conociendo el peligro que van afrontar, están temblorosos y se oyen las latidos de su corazón. Listo, dice el aguerrido Acisclo: la voz de tres, largamos el trapo. Una, dos, y. tres! esta última voz, los caballos con sus patas arrojan más de diez metros grandes pedazos de tierra y zacate, y, dando un salto verdaderamente asombroso, salen disparados como una flecha; los ginetes, casi acostados sobre sus cuellos, los animan con la voz la vez que les talonean los ijares, para darles mayor empuje. los pocos instantes cierran el ángulo con un golpe tan terrible que ruedan por el suelo más de cinco metros Gabardín y su potro, desnucándose éste en la caída y Gabardín quedando en pie, vencido, mas no domado. Al ver esto, gritale Acisclo: Hombré, Gabardín, llevale ese deslechao la rabicana pa que le dé más de mamar; pues ni siquiera aguantó el resoplio de mi Perseguío. Que va, si se ha escapao pal otro barrio Contentos se van a poner los sonchiches. Al ver esto, el mandador de la hacienda de Miravalles, de donde es el mejor sabanero Gabardín, llénase de coraje increpa Acisclo de esta suerte: Aquí está José María Zequeira, quien llaman en todas partes el Gallo, que no respeta en materia de campo, ni como hombre, pelo, color ni tamaño, y aunque Ud.
seya mi Tiyito de mi alma, tiene que vérselas con este su sobrino que es el perro macho de la altura y de la bajura; con que párese, pa ver si mi Centea le quita las precias ese su potro mentao Perseguio. Hombré, sobrino, le contesta Acisclo cuidao vas sembrar maíz con la jícara en la esquina de Luis Abea; mirá que lo sentiría, por ser ti mi sobrino y pañía. Toman las distancias y prepáranse para el nuevo topón. Salen como la vez primera; mas el caballo que monta Gallo, que es quizás tan fuerte como el de Acisclo y un poco más veloz, y encontrándose completamente de refresco. pues aun no ha corrido. al llegar a la boca calle que sirve de pista, llévale al Perseguido una delantera de cerca de dos cuerpos. Viendo esto Acisclo, y comprendiendo que es imposible el topón por atraso del suyo, le deteniene y se vuelve hacia la plaza, donde no es silbado por el respeto que inspira, y un tanto por las piruetas, cabriolas y saltos que hace ejecutar su querido 1296
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