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Perseguido. El triunfo pertenecía Gallo! Orgulloso y ufano, regresa al poco rato, trayendo Centella lleno de espuma y sudor, aquietándolo en vano. se para en las patas viniéndosele la empinada; otras veces, le da varios y peligrosísimos saltos de carnero. mas convencido de que es imposible tumbar su domador, véngase queriéndole morder las pantorrillas, pescozeándose con furia el apretado bozal, y dando derecha izquierda fuertes cabezadas. Al llegar a la plaza, donde será Gallo declarado el campeón, da un agudo grito y dice: Tío Cisclo. qué le ha parecio mi Centea? no hay en toda la bajura un potro que siquiera le siga la güella. Eh! lechones y va.
quías, aquí está el chutil de las bagaceñas y el garañón de la Altura.
Acisclo, un tanto amoscado, y viendo el potro de Gallo que se manotea con furia el bozal, le dice con mucha calma; pero con mirada de coraje. Sobrino, mi caballo no corre; pero no cornea.
Taragonlin pestañas COPOS DE NIEVE Asomas el rostro breve ¡Cómo te punza el quebranto, al marco de tu ventana, y las penas alimañasy miras en la cercana hacen que de tus calle, descender la nieve.
rueden las Del cierzo el hálito aleve, perlas del llanto!
Yo, presa del desencanto la flor de tu faz azota, que contigo está en contienda, mientras que por la remota deseara tener cual prenda, gris inmensidad del cielo, tu tristeza imagino, cruza en silencioso vuelo la lámpara de Aladino una timida gaviota.
para iluminar tu senda.
puesto como a la Te inmutas. El sobresalto te hace su presa, protervo, paloma el cuervo, en su criminal asalto; clavas tu vista en lo alto tu donde tu plegaria sube, como si tras una nube orlada de irradiaciones, agitando sus plumones te llamase algún querube. Por qué de tus negros ojos se apaga la intensa lumbre. Por qué tanta pesadumbre en tus labios siempre rojos?
No hay en tu espíritu abrojos, porque en tu espíritu tierno no ha entrado el dolor eterno, que las almas sin defensa, devora la inmensa desolación del invierno. Cómo se nubla tu frente y la tristeza la cubre, cual un nubarrón de octubre sobre el cristal de una fuente! ¡Cómo el corazón presiente que te devora el hastio!
y cual tiemblan bajo el frío del tedio, tus candorosas quimeras, como esas rosas que mueren en pleno estío.
No caigas, pues, del martirio bajo la mordiente racha, cual bajo el golpe del hacha el frágil tallo de un lirio; mitiga el mortal delirio de tu espíritu. no llores, astro, vierte tus fulgores, porque un espíritu enfermo es como un paramo yermo sin pájaros y sin flores.
Juan Durán 1297
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