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te.
Reflexionó durante seis meses, después de los cuales se encaminó una mañana hacia la tierra. El demonio tomaba su sopa frente la puerta, cuando divisó al santo, y al punto se precipitó a su encuentro, besó la orla de su manga, lo hizo entrar y le ofreció refrescos. Después de beber una taza de leche, San Miguel tomó la palabra. Vengo proponerte un buen negocio.
El Diablo, cándido y sin desconfianza, respondió. Me parece bien de antemano.
Es este: tú me cederás todas tus tierras.
Satanás, inquieto, quiso hablar. Pero. Escucha primero, continuó el santo; tú me cederás todas tus tierras y yo me encargaré de conservarlas, trabajarlas, sembrarlas, de todo, en fin, y nos repartiremos las cosechas por mitades. convenido?
El Diablo, que era perezoso, aceptó, pidiendo solamente algunos de esos deliciosos salmonetes que se pescan en los alrededores del solitario monSan Miguel le prometió los pescados, y después de estrecharse las manos y de escupir por el colmillo, para indicar que el negocio estaba terminado, el santo continuo. como no quiero que tengas que quejarte de mí, te dejo que escojas lo que prefieras, si la parte de las cosechas que estará sobre la tierra o la que quedará bajo la tierra. Escojo la que estará sobre la tierra, exclamó Satanás. Convenido, dijo el santo, y se fué.
Seis meses después no se veían otra cosa que zanahorias, nabos, salsifíes y todas las plantas, en fin, cuyas raíces grasas son buenas y sabrosas, mientras que sus hojas inútiles sirven cuando mucho para alimentar las bestias.
Satanás no logró nada y quiso romper el contrato, tratando San Miguel de malicioso; pero el santo le había tomado gusto la agricultura y fué ver al Diablo.
Te aseguro que no había pensado absolutamente en ello; todo está como estaba y yo no tengo ninguna culpa; pero para indemnizarte, te ofrezco tomar este año todo lo que quede bajo la tierra. Aceptado, dijo Satanás. En la primavera siguiente, toda la extensión de las tierras del espíritu del mal se veían cubiertas de espesos trigos, de avenas gruesas como árboles, linos, colzas magníficas, tréboles rojos, arvejas, repollos y todo, en fin, lo que produce granos y frutos, bajo los rayos del sol.
Satanás no logró nada tampoco esta vez, y se enojó seriamente; recuperó sus prados y sus campos y permaneció sordo a todos los nuevos arreglos que le propuso su vecino. Trascurrió un año entero; San Miguel miraba desde lo alto de su aislada mansión las tierras lejanas y fecundas; veía al Diablo encaminarse hacia sus trabajos, recoger las cosechas, traspalar sus granos, y rabiaba de impotencia. No pudiendo engañar otra vez Satanás, resolvió vengarse y le rogó fuese comer con él el lunes próximo.
y No has tenido suerte en tus negocios conmigo, le dijo; pero no quiero que exista odio ni rencor entre nosotros y cuento con que vendrás comer; te tendré cositas buenas.
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