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co de alegría, recrearse en contemplar «la mujer de las sonrisas de oro. como se llamaba ya por ciudades, pueblos y aldeas.
Un día los babitantes de la más rica comarca del reino reuniéronse y hablaron así. En qué podríamos emplear una parte de nuestra fortuna mejor que en traer donde nosotros esa prodigiosa hechicera que sonriendo vierte la alegría en las almas. Las sonrisas de oro se compran con oro. Hagámosla venir, cueste lo que cueste, y que sea para nosotros nada más! aquella comarca de adinerados comerciantes, de opulentos propietarios y de poderosos labradores, se llevó la «vendedora de sonrisas. Mas las otras comarcas se quejaron del egoísta irritante monopolio que les arrebata ba para siempre las gracias y los encantos de Nenila. este era el nombre de la sonriente hada ante la cual liuía la tristeza. Acudieron con sus quejas la Corte, y los magnates reunidos se ocuparon seriamente del asunto, hasta que uno de ellos exclamó. No sería buen medio de dirimir la cuestión suscitada el de traer Nenila la Corte? Al fin y al cabo, es justo que también disfrutemos nosotros de sus sonrisas. Traigámosla y el conflicto queda resuelto sin dar la preferencia ninguna de las partes contendientes. Aceptada la proposición por todos, fué la Corte Nenila, y quedaron los magnates subyugados por aquella sonrisa deliciosa.
Al saberlo el monarca quiso ver él mismo aquella mujer medio bohemia y medio artista, quien él había llamado para alegrar un poco sus súbditos. Apenas la vió cantar y bailar quedóse prendado de sus gracias y locamente enamorado de sus sonrisas. Oh, Nenila. le dijo Ninguna mujer con su sonrisa me bizo nunca tan dichoso. es que no hay sonrisa de mujer en el mundo que pueda compararse la tuya. De hoy en adelante no sonreiras para nadie más que para mí: para mí solo! Pide y te daré cuanto quieras, tendrás cuanto ambiciones. Pero yo, en cambio, quiero algo más de lo que has dado mis súbditos. No me contento con tus sonrisas de oro. Quiero tu sonrisa de amor!
Nenila bajó la cabeza y miró tristemente al suelo.
Cómo! exclamó el rey contrariado inquieto. No me das tu sonrisa de amor. Señor. murmuró con miedo Nenila. Para qué queréis eso que tan poco vale. Al! Tu sonrisa de amor es ya para alguno! Dime la verdad, dijo el Rey, exaltándose por momentos. Señor. contestó Nenila, temblando. Mi sonrisa de amor es para aquel pobre esclavo que me sigue todas partes. por uno de los balcones hizo ver al Rey un infeliz siervo, miserablemente vestido, que en la calle estaba.
El monarca, atónito, preguntó Nenila después de largo silencio que le produjo la sorpresa: por qué tú que has encantado ricos y magnates, cuanto hay en mi reino de más noble y más poderoso, has ido elegir ese mísero esclavo para darle tu sonrisa de amor. Señor! balbuceo Nenila arrodillándose. Porque es tan pobre, tan pobre. que no tiene con qué comprar mis sonrisas de oro!
ERNESTO GARCÍA LADEVESE 13 15
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