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Una tradición Para Páginas Rustrados Concertamos el viaje para la noche por evitar el sol. Pero el viento sopló con desesperación toda la noche y arremolinaba liojas, palos y polvo para que no pudiésemos marchar contentos. Las copas de los árboles se inclinaban y los troncos y las ramas producían quejidos lastimeros. La luna no surgía de entre las sombras y apenas una estélica claridad se colaba por el toldo de verdura que formaban al camino las ramas, lujuriosamente vestidas en aquellas regiones. Cuando la vejetación era menos espesa se divisa ban los perfiles de los montes oscuros, donde las fogatas de las quemas aparecían, aquí, como infernales sierpes trepando la falda: allá, cual roja florescencia nocturna de las montañas.
Nos acompañaba el mandador, un honrado campesino hecho prueba de trabajos campestres, servicial y supersticioso.
Acabábamos de rodear el río y nos internábamos en una selva comenzada hacía poco a desmontar, cuando un grito lastimero, desgarraFot. Céspedes)
San José, Costa Rica. Vista frente al Teatro Nacional dor, dado hacia la parte del río y no muy lejos de una miserable casita, lirió nuestros oídos. Creíamos que algún animal salvaje se acerca ba instuitivamente echamos mano de las escopetas. Pero en quien produjo emosión el grito, fué en el mandador que dijo. Apresuremos el paso; me tiemblan hasta las puntas de los pelos.
Alarmados, inquirimos que era aquello, sin que nos pasara por la mente la idea de que pudieran ser foragidos, ya que en este país, cual1354
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