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No hay duda, estamos soñando; pero este es un delicioso sueño en compañía de Ud.
Ya veo que los hombres aun en sueños son galanteadores.
No se trata de galanteria sino de la verdad: y puesto que gozamos de la prerrogativa de ser invisibles, al mismo tiempo de que podemos ver y oir, aunque nada comprendamos de este lenguaje intrincado, le suplico que me acompañe al buffet comer alguna cosa.
De mil amores.
Penetramos, del brazo, en el comedor donde en elegantes mesitas estaban dispuestas las viandas frías y las bebidas heladas.
Nos sentamos en un rincón y nos servimos, personalmente, después de Fot. Céspedes San José, Costa Rica. Una esquina del Mercado haber llamado vanamente los sirvientes, sin recordar que eramos invisibles, inaudibles.
Por suerte era tal el movimiento que allí había que nadie se fijó en la botella de champaña que vaciamos ni en los dulces y carnes fiambres que consumimos. Talvez serían invisibles también. Nuestra conversación, mientras tanto, se iba haciendo más íntima y, tras una declaración en forma, nos amábamos, a la hora de habernos conocido, como si nuestras relaciones dataran de muchos años.
Ella era noruega, del país de los ensueños, había sido educada en Inglaterra y era libre. Tenía veinte años, era bella y muy instruída.
Yo me dí conocer, vivía en París, era pobre y estudiaba para regre1367

    England
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