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sar mi patria, una república pequeñita situada en el centro del istmo americano. Donde se produce el mejor café del mundo, observó ella.
Nos levantamos de nuestros asientos y regresamos al salón de baile.
Tocaban en ese momento un vals lento, muy lento, cuyo ritmo y música extraños hacían una impresión profunda. Nos mezclamos los bailarines y, sugestionados por aquellas notas lánguidas y como aperezadas, enmudecimos, aunque nuestros ojos suplían las palabras.
De pronto, mi compañera lanzó un suspiro y pareció desmayarse en mis brazos: quise atraerla sobre mi pecho y sostenerla, pero se desvaneció como una sombra murmurando: Voy a despertar. adiós!
Al día siguiente referí mi sueño mi íntimo amigo el doctor Lesage, y mirándome con atención, me aconsejó el descans prohibiéndome las lecturas en la noche. No hay duda, me dijo, que existen fenómenos curiosos de telepatía, pero tu caso no está comprendido entre ellos. Creo que sea el producto de un excesivo surmenage.
Seguí sus consejos, y el sueño no se repitió (muy mi pesar) durante algunas noches; pero el 18, acababa de acostarme, sin pizca de sueño, cuando me pareció que perdía el sentido y. me encontré en un jardín, para mí enteramente desconocido. Con la presciencia de que mi sueño iba repetirse, me paseaba por las callejuelas enarenadas, cuando de un sendero cercano desembocó Olga. Sabía que aquí te encontraría, me dijo, después que la hube besado largamente en la boca. Yo lo presumía, le contesté.
Cuántos días, o mejor dicho, cuántas noches sin verte!
Yo he hecho lo posible por que se repitiera nuestra entrevista, pero he fracasado. Así, yo. Me amas siempre. Siempre. tú. Ya lo ves: y me besó con pasión. Dice mi amigo el doctor Lesage que lo nuestro no es un caso de telepatía, sino de imaginación. Pues yo sé algo más. En Noruega somos muy dados al estudio de los fenómenos, poco conocidos, del espiritualismo, y he averiguado que nuestras almas se desprenden de la materia, impulsadas por una simpatía desconocida, se buscan, se citan y se encuentran, sin que nuestros cuerpos puedan influir para nada en ello. Ese es el caso. Yo tengo la seguridad de que no estamos soñando: que vivimos en este momento una vida aparte.
Largamente hablamos del asunto y, cosa extraña, no me repugnaba ya la idea de las almas, ni de otra vida independiente de la común, espiritualizada.
Luego hablamos de nuestras esperanzas, de nuestro amor, del porvenir de felicidad que nos esperaba. Ürdimos los medios de encontrarnos en la vida común. Ella me dió las senas de su casa y las escribió en mi car1368

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