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Guido Reni intentaba pacientemente romper su medianía pintando sin descanso. Sus admiradores actuales pasan indiferentes al lado de metros de lienzo policromados y se detienen ante un pequeño papel amarillento con un Cristo dibujado; un Cristo coronado de espinas, muy hermoso, muy sentido pero que sabe poco. Verdad que el Guido era ya un pintor decadente como afirman los críticos de pintura y el indispensable Baedeker (almacén de emociones plazo fijo, por quince pesetas y algunos céntimos. Bolonia tiene su Pinacoteca, una modesta Galería de pinturas que no se distinguen ni por su número, ni por su valor. Pero, vaya usted decirles ésto los simpáticos y cachazudos boloñeses.
Entre la vacuidad antiestética de los cuadros, resaltan los de pintores no ciudadanos. si hemos de dar alguna preferencia, gentilmente se la concedemos como caballeros y admiradores de la belleza Santa Cecilia de Rafaello Sanzio. después como algo místicos y algo sencillos La Virgen y los Santos del Perugino.
Santa Cecilia es cuadro carnal de inspiración extraordinaria y de factura impecable: la Señorita Cecilia X, apasionada de la música, luce su gallardía de doncella escultural (quizás joven boloñesa. escuchando una música celestial entonada por varios niños que se sientan sobre algodón en rama (confesemos que ni el algodón ni los ángeles son obra de Raffaello; un desgraciado restaurador añadió el tal pegote sin duda para descarnalisar un poco el cuadro. La fresca doncella pisotea con su pie menudito, algunos instrumentos de música. Santa María Magdalena su izquierda (bella incitante como antes del arrepentimiento) mira de frente y adopta una posición académica porque sabe que la están retratando. San Pablo otro lado, muestra su corpulenta contestura de varón fuerte, apoya la siniestra mano en el pomo de la espada y se mesa la barba con la diestra. En segundo término dos Santos miran hacia nosotros con cierta curiosidad.
Sanzio pinta ese cuadro cuando está en todo su esplendor. La técnica del dibujo y del colorido llega a la meta de la perfección, pero el misticismo, que espiritualizaba las Vírgenes y los Santos, dándoles una serena inmovilidad y una divina abstracción, decae absolutamente, hasta presentarnos, a través de las maravillas de ejecución, un realista poco religioso y acostumbrado a la vida orgiástica irreglar.
La Aparición de la Virgen varios Santos del Perugino es, para mí, el modelo del cuadro religioso. La ligereza, casi aérea, de las figuras en pie sobre la tierra y la magestad ultrasoberana de la Virgen con el Niño descansando sobre nubes y aureolada de serafines, produce una sensación antinatural y de profunda admiración.
Parecen almas vestidas. El alma de Perugino encarna, algún tiempo después, aquel genio español que se llamó el Greco.
El Perugino fué maestro de Raffaello y en este cuadro el maestro imita al discípulo. Pero le imita en lo exterior, en el colorido, en el dibujo, en aquel colorido suave, sin contrastes brutales.
Al pasar del maestro al discípulo la pintura adelanta, pero decae la idea de la fe. como pintores religiosos, los tres gigantes del segundo Renacimiento italiano (Leonardo da Vinci, Michel Angelo Buonarroti y Raffaello Sanzio, son los primeros de la decadencia. 1376

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