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amanecieron perfectamente cerradas: y las del saloncito donde, en la mañana de ese día encontró la camarera el cuerpo de su señorita, estaban perfectamente cerradas por dentro.
No se pudo encontrar ninguna huella sospechosa. ni objeto rastro alguno que permitiera ponerse sobre la pista del presunto asesino.
Tampoco se trataba de un suicidio, pues ni cerca del cuerpo ni en las habitaciones se encontró instrumento arma con que pudiera haberse inferido semejante herida.
La posición supina del cadáver y el terror que quedó estampado sobre el rostro de la víctima, hacían suponer que se trataba de un asesinato.
Por otro lado la falta de lucha demostrada por el orden en que se encontró todo en la habitación, la gran mancha de sangre coagulada en un solo lugar de la alfombra, el liecho de no haberse encontrado en el cuerpo de Nila ninguna huella de violencia fuera de aquella ancha herida que casi separó la cabeza del tronco, inducían sospechar que se trataba de un suicidio. el Juez atraído por las pupilas fijas inmóviles de la muerta, la miraba con ansiedad esperando descubrir en aquel rostro afeado por la muerte, la solución del enigma.
La prensa habló largamente sobre la misteriosa muerte de Mita.
La policía fracasó en todas sus pesquizas y el asunto fué olvidándose poco a poco con el trascurso del tiempo.
El Juez, ascendido Magistrado, era el único que recordaba aquel trágico suceso, y los ojos de la muerta lo perseguían en sus noches de insomnio con su fijeza espantable.
Pasaron varios años, y una noche, siempre perseguido por la visión aterradora de aquella sombra que parecía implorar venganza, se levantó de la cama, registró una gaveta de su escritorio y sacó de un sobre grande los fragmentos rosados, ya sin perfume, de la carta que se encontró cerca del escritorio de Vita.
Impulsado por una fuerza misteriosa, casi sin darse cuenta de lo que hacía, con los movimientos automáticos de un sonámbulo y con la sensación extraña de que alguna persona que estuviera de pie detrás de él le guiara la mano, fué reuniendo los pedazos con maravillosa facilidad.
Una vez terminado ese trabajo leyó con avidez los renglones formados: volvióse luego en su sillón, y vio, de pie, rigida, con la ancha herida abierta, la sombra de Vila, con sus grandes ojos horriblemente fijos en los suyos.
Al día siguiente encontróse al Magistrado muerto en su sillónSobre su escritorio había una carta formada de retazos y por la cual los asombrados parientes supieron que el asesino de Nita era el propio hijo del Magistrado.
Luis, el asesino, era uno de los asiduos visitantes de Nita. Por varios motivos, entre los cuales los celos era uno de los principales, habían reñido como tres meses antes del fatal acontecimiento.
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