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Poesía impotente Un poeta joven, que, por ser ambas cosas, siente la fiebre sagrada de notoriedad, nos escribe sus amigos desde el lejano rincón, liaciéndonos partícipes de sus prematuros desalientos: Ansía «romper el liielo. es una obsesión en la que peligra el cerebro de jóvenes que, sintiendo mucho, no saben no pueden orientarse. caen aún en aquella imaginaria fatalidad de los románticos, que es el supremo signo del orgullo impotente. La creación entera se complace en urdir tretas y combinaciones para aislarle, para hundirle, para ahogar en su garganta poderosa el grito genial de las grandes dictaduras.
No es cierto. Para consuelo de los que tienen algo que decir, hay que afirmar que la fatalidad es un mito: el mito de los fracasados y los soberbios. Lo que hay son muchos obstáculos y muchas angustias en ese camino del Arte, en que se encuentran tantas realidades impuras mezcladas con tantos sueños deliciosos.
Todo el que tiene que decir su palabra según Zolá la dice, y ahí queda como semilla tirada al surco. Ella brotará.
Pudiera decir que mi poeta es legión: una legión entera de jóvenes que mordieron la manzana simbólica en ese jardín público de las Gracias. Mordieron el fruto, pero no gustaron su jugo. Es el bocado satánico que decide de la vida.
El joven pide práctico: no sabe dónde está el puerto. Es que no existe puerto alguno para él? Lo ha intentado todo, Ha visto su Musa con todos los trajes del teatro; la hizo caminar por todos los vericuetos de los gustos y las escuelas: la forzó la sombra de todos los estilos: y la hundió bajo el peso de todas las retóricas. Qué espantoso trabajo de insinceridad: qué inútil esfuerzo!
La Musa, rendida, agotada antes de empezar su verdadero camino, cae en tierra como cuerpo muerto, coronada con flores de trapo, adornada de ajenas lentejuelas, infecunda, desalentada, sin sentir en los ovarios atrofiados la sensación de ningún germen. el poeta llora sobre su Musa muerta, maldiciendo del mundo, al que no deslumbraron los oropeles.
No hay modernismo, ni viejismo, ni sendas, ni atajos en la única vía del Arte y de la gloria. Hay algo inmortal que sobrevive a todos los gustos y todas las maneras de sentir impuestas en determinadas circunstancias. Las piedras preciosas son verdaderamente preciosas, con exclusión de los vidrios colorados y de las perlas de goma que muchos pueblos toman aún como verdadera riqueza suntuaria.
Las cosas tienen un algo recóndito que no todos perciben, pero que todos sienten cuando alguien, uno lo descubre y señala. Saber llegar a ese algo, esa especie de alma de las cosas a través de la rudeza, de la uniformidad aparente, de las afirmaciones consagradas, de la sustancia admitida, es encontrar el camino de la luz. La luz siempre es gloria.
Pero es que para eso se necesita personalidad. bueno fuera! En el Arte, en las esferas superiores de la vida humana, no se entra en montón. El que llega, llega solo, combatido. El montón va detrás! así los que carecen de ese magnífico dón y buscan por caminos trillados, por viejos caminos de prueba, la indicación de su destino, no llegan, no hallan lo que soñaron, porque no responde el órgano la voluntad.
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