Debido a los elevados costos del mantenimiento de las imágenes, se ha restringido su acceso solo para las personas registradas en PrensaCR.
En caso de poseer una cuenta, hacer clic en “Iniciar sesión”, de lo contrario puede crear una en “Registrarse”.
CANNOT El héroe Ya habían salido a la plaza los grandes estandartes de San Gonzalo y se balanceaban pesadamente en el aire, sostenidos por el puño de herculeos hombres, de curtida faz, de robusto cuello, para quienes era un juego llevarlos.
Desde que habían ganado la victoria contra los de Radusa, la población de Mascalico celebraba la fiesta de Setiembre con nueva magnificencia. Ardía en las almas maravilloso fervor de devoción. Todo el pueblo consagraba a su patrón las riquezas de la reciente cosecha. Por las calles colgaban, las mujeres, de una otra ventana las colchas nupciales. Los hombres habían adornado las puertas con verde follaje y alfombrado con flores los umbrales de las puertas. Como soplaba la brisa, había por las calles una inmensa ondulación que deslumbraba y embriaGabriel Annunzio gaba la multitud.
La procesión continuaba saliendo del pórtico de la iglesia y alargándose por la plaza.
Delante del altar donde había caído San Pantaleón, ocho hombres, los privilegiados, esperaban el momento de levantar la estatua de San Gonzalo. Llamábanse Giovanni Curo, El Ummalido, Mattala, Vinzenzio Guanno, Rocco di Censo, Benedetto Galante, Biago de Clisci y Giovanni Senzapaura. Estaban de pie, callados, embarazados por la dignidad de sus funciones, con las ideas algo embrolladas en la cabeza. Eran muy robustos: llama fanática les ardía en los ojos; llevaban en las orejas aretes de oro como las mujeres. De cuando en cuando se palpaban muñecas y brazos, como y para medir el vigor, cambiaban sonrisas hurtadillas.
La estatua del santo, de bronce hueco, negruzca, con cara y manos de plata, era enorme y pesadísima.
Mattala dijo. Estamos ya? su alredor se atropellaba la gente para verlos. Las vidrieras de la iglesia resonaban cada empujón del viento. Llenábase la nave de humo de incienso y de benjuí. Sonaban y callaban alternativamente los sonidos de la música. Entre aquel devoto barullo, una especie de ciega exaltación crecía en el corazón de los ocho hombres. Estaban dispuestos: extendieron los brazos.
Mattala dijo: Una. Dos. Tres! combinaron los esfuerzos para levantar del altar la estatua de santo.
Pero el peso era excesivo y la estatua estuvo punto de desplomarse hacia y la izquierda. No habían podido los hombres disponer aún sus manos alrede1408
Este documento no posee notas.