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dor de la base de modo que la cogieran con solidez. Hacían esfuerzos para resistir, pero Biagio de Clisci y Giovanni Curo, menos diestros, se soltaron, y la estatua se inclinó violentamente hacia ellos. Ummalido lanzó un grito. Cuidado, cuidado! voceaba en derredor la muchedumbre, viendo al santo en peligro.
El estrépito que había en la plaza no permitía oir las voces.
Ummalido había caído de rodillas, con la mano cogida debajo del bronce. En aquella postura, sin levantarse, tenía la mirada fija en la mano cautiva, dilatados los ojos, llenos de dolor y de espanto, pero ya no gritaba.
Algunas gotas de sangre habían salpicado el altar.
Por segunda vez se esforzaron todos los compañeros para levantar un tiempo la enorme masa. Pero no era fácil. Angustiado por el tormento, torcía el Ummalido la boca, y las mujeres se estremecían al verle.
Por fin se consiguió levantar la estatua y el Ummalido pudo sacar la mano, triturada, sangrienta, sin forma. Vete tu casa. Vete tu casa: le gritaban, empujándole hacia la puerta de la iglesia.
Una mujer se quitó el delantal y se lo ofreció para venda. El Ummalido no lo quiso; nada decía; miraba un grupo de hombres que estaban gesticulando y disputando junto a la estatua. mí me toca. No, mí. No, no, que es mí!
Cicco Ponno, Mattia Scafarola y Tommaso de Clisci se peleaban por sustituir Ummalido en la función de cargar con el santo.
El Ummalido se acercó a los hombres que disputaban. Colgábale a un lado la rota mano, y se abría paso con la otra.
Dijo sencillamente. El sitio es mío. adelantó el hombro izquierdo para sostener al patrón de la parroquia. Apretaba los dientes, reprimiendo el dolor con enérgica voluntad.
Mattala le preguntó. Qué vas a hacer. Lo que quiera San Gonzalo. echó andar con los demás.
La gente le miraba pasar, estupefacta. cada momento, al ver la herida goteando sangre y ennegrecida ya, alguno le preguntaba al pasar. Qué tienes, Ummalido?
Nada contestaba. Iba hacia adelante, con gravedad, midiendo el paso al compás de la música, algo confusas las ideas, bajo las anchas colchas que balanceaba el viento, entre el gentío más compacto cada vez, De pronto, en una encrucijada se cayó. El santo se detuvo un momento. Oscilo en medio de momentánea confusión y después siguió adelanMattia Scafarola ocupó el lugar vacío. Dos parientes levantaron al hombre desmayado y le llevaron una casa cercana.
Ana de Ceuzo, vieja ducha en el arte de cuidar heridas, miró el miembro informe y ensangretado: después sacudió la cabeza.
te.
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