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Nada puede hacerse dijo.
Su arte no le ofrecía ningún recurso en aquel momento.
El Ummalido, que acababa de recobrar el conocimiento, no abrió la boca. Contemplaba su herida, sentado tranquilamente. La mano colgaba, triturados los huesos, perdida sin remedio.
Dos tres aldeanos viejos fueron ver al herido. Cada uno, de palabra por señas, expresó igual parecer.
El Ummalido preguntó. Quién ha llevado el santo?
Le contestaron. Mattia Scafarola.
Volvo preguntar. Qué hacen ahora?
Cantan las vísperas con música.
Los aldeanos se despidieron y se fueron a las vísperas. Se oía repicar mucho en la parroquia.
Un pariente puso al lado del herido un cubo de agua fresca y le dijo. Mete ahí la mano; luego volveremos, que vamos oir las vísperas.
El Ummalido quedó solo. Cada vez repicaban más recio las campanas. La luz del día iba menguando. Sacudido por el viento, un olivo daba con las ramas en una ventana baja.
El Ummalido, sentado, empezó sumergir la mano poco a poco. medida que se limpiaba de sangre y de cuajarones, parecía más horroroso el desastre.
El Ummalido dijo para sí. Todo es inútil. Pierdo la mano. San Gonzalo, te la ofrezco.
Cogió un cuchillo y salió de casa. Como todo el mundo estaba en la iglesia, no había un alma en las calles. Por encima de los tejados corrían las nubes moradas de los crepúsculos de Setiembre, nubes que remedan figuras de animales.
En la iglesia, al sonido de los instrumentos, la multitud amontonada cantaba en coro intervalos regulares. Intenso calor brotaba de los cuerpos humanos y de las llamas de los cirios. La cabeza de plata de San Gonzalo centelleaba en alto como un faro.
El Ummalido entró. En medio del general asombro, se encaminó al altar. Dijo, con clara voz, con el cuchillo en la mano izquierda. San Gonzalo, te la ofrezco. empezó cortar la muñeca derecha, despacio, la vista de todo el pueblo, trémulo de horror. Poco a poco se desprendía la mano informe entre oleadas de sangre. Quedó un segundo colgando de las últimas fibras; cayó después en la bandeja de cobre colocada los pies del santo para recoger los donativos en metálico.
Entonces el Ummalido levantó el muñón ensangrentado y repitió con y clara voz: San Gonzalo, te la ofrezco.
GABRIEL ANNUNZIO 1410

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