Debido a los elevados costos del mantenimiento de las imágenes, se ha restringido su acceso solo para las personas registradas en PrensaCR.
En caso de poseer una cuenta, hacer clic en “Iniciar sesión”, de lo contrario puede crear una en “Registrarse”.
LA MANO DEL CENTURION El cuerpo de guardias romanos que custodiaba el cadáver de Jesús el Nazareno, ajusticiado en la cruz ese día. rodeaba el sepulcro de piedra, dentro de una cueva labrada en duro granito.
Multitud de antorchas iluminaban la orgía con rojiza y aluumada luz.
Los soldados. sentados unos, echados sobre el suelo otros, jugaban a los dados bebían vino en un enorme cuerno que les servía de copa.
Sólo el oficial, un Centurión, sentado en el borde mismo del sepulcro no tomaba parte en el desorden. Vig laba y meditaba.
Recordaba los diversos acontecimientos del día. El juzgamiento de Jesús, los azotes, el camino al calvario, la agonía y el tremendo cataclismo que sucedió la muerte de aquel pobre nazareno, hijo de un carpintero, que había pretendido revolucionar la constitución romana, la religión judaica, y se había proclamado rey de los judíos.
El castigo era tremendo, pero merecido. Pero ¿no serían verdad los hechos extraordinarios que se referían de Jesús. Sería algún semidiós. tal vez algún dios nuevo, no conocido aún ni por los griegos ni por los romanos?. sería un simple impostor. Pero no. No podía ser así. EI había visto estampado en el paño de Verónica una triple imagen de la cara martirizada golpes. Había visto brotar la sangre del costado y sanar los ojos ciegos de uno de sus compañeros.
El había visto morir aquel sentenciado con un valor y un heroísmo sin precedentes y oscu recerse el cielo. Había sentido temblar la tierra. Dónde estaría la verJesús en el Sepulcro dad. En ese momento, dos de los guardias, ebrios de vino y empujados por la pasión del juego, vinieron a las manos salieron como un relámpago las cortas y anchas espadas al aire, y el oficial, saltando entre los combatientes llegó en momento tan inoportuno que su mano derecha cercenada de raíz por uno de los combatientes, cayó al suelo.
Mudos de horror, todos se pusieron en pié. Los dos contendientes depusieron sus armas, y el oficial, el centurión, loco de dolor y de rabia ordeno: 1423
Este documento no posee notas.