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riores; especialmente cuando esta satisfacción directa hay que añadir la indirecta que resulta de que esta preferencia es atestiguada por los indiferentes. Además hay también un sentimiento vecino del precedente, el de la estima de sí mismo. Haber logrado alcanzar tal apego de parte de otro, dominarle, es una prueba práctica de poder, de superioridad, que no puede menos de excitar agradablemente el amor propio. Además, el sentimiento de la posesión tiene su parte en la actividad general; hay aquí un placer de la posesión; los dos amantes se pertenecen el uno al otro, se reclaman mutuamente, como una especie de propiedad. Además, en el sentimiento del amor se implica una gran libertad de acción. Respecto a las otras personas, nuestra conducta debe ser prudente, pues alrededor de cada una hay ciertos límites delicados que no se pueden traspasar, hay una individualidad en la cual nadie puede penetrar. Pero en el caso actual se levantan las barreras, el libre uso de la individualidad de otro se nos concede, y de este modo se satisface el amor de una actividad sin límites Finalmente, hay aquí una exaltación de la simpatía: el placer puramente personal se duplica al compartirle con otra persona, y los placeres de ella se añaden nuestros placeres puramente personales. Así, alrededor del sentimiento físico que forma el núcleo de todo, se unen los sentimientos producidos por la belleza personal, los que constituyen la simple atracción, el respeto al amor de la aprobación, el amor propio, el amor de la posesión, el amor de la libertad, la simpatía; todos estos sentimientos excitados cada uno en el más alto grado, y tendiendo, cada uno en particular, reflejar su excitación sobre cada uno de los otros, forman el estado psíquico compuesto que llamamos nosotros amor. como cada uno de estos sentimientos es en sí mismos muy complejo, pues como se ha visto, reune una gran cantidad de estados de conciencia, podemos decir que esta pasión funde en un agregado inmenso casi todas las excitaciones elementales de que somos capaces, y que de aquí resulta su poder irresistible.
HERBERT SPENCER LOS TRES GUARDAPELOS La madre de mi amor que está en el cielo Cuando era niño aún, como un tesoro, Llevaba en un hermoso guardapelo Cabellos mios de color de oro.
Otra mujer que con el alma toda Me quiere, tan leal como hechicera, Aun guarda desde el día de mi boda Un rizo de mi obscura cabellera. Ay. como nadie por horror al frío Quiere hoy tocar de mi cabeza el hielo, Ya sólo para tí, cabello mio, El sepulcro será tu guardapelo! DE CAMPOAMOR.
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