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María doña Cristina de Fernández Para Priginas Ilustradas ¿Dónde vi por primera vez Roberto Alonzo. No lo recuerdo.
Talvez fué en el carro de algún ferrocarril, talvez en el tranvía, en alguna cantina. Lo cierto es que tengo la seguridad de que nadie nos presento Nos encontramos varias veces en la misma mesa de la fonda donde yo tomaba mis alimentos.
Un día, sin que nada lo autorizara para ello, tomó su plato y su servilleta, se levantó de su asiento y vino sentarse al frente de mí. Ud. dispensará, caballero, mi confianza, pero no puedo acostumbrarme comer solo necesito ver algua persona conmigo y tener con quien beber una botella de vino. Puedo ofrecerle ud, la mitad de esta? sin esperar mi contestación llenó mi vaso hasta los bordes.
Hace muchos días que le veo Ud. sentarse silencioso la mesa.
Talvez le moleste mi charla, y en ese caso le suplico me lo manilieste para rutirarme.
De ninguna manera. Agradezco su fina atención y acepto su vaso de vino.
Durante el trascurso de aquella pobre comida me refirió su liistoria que me impresionó profundamente, hoy que va murió, la doy luz.
Alonzo hizo sus primeros estudios en Bogotá y una vez obtenido su título de Bachiller se trasladó a París donde, al cabo de siete años, coronó con gran éxito su carrera de médico.
Mientras hacía su práctica en el Hospital de conoció a la señorita Leveque, María Leveque. y se enamoró perdidamente de su belleza y gracia: y ahora dejémosle la palabra él.
Vivía María en una casita del barrio de Auteuil. frente la 17lla des Eaux. con su madre, una señora valetudinaria que no podía moverse de su sillón de ruedas, Nuestros amores fueron como todos los amores.
Nada parecía deber turbar la armonía que existía. y esperábamos tan sólo que yo estuviese establecido para asarnos, cuando aconteció el terrible hecho que vino destrozar mi vida, más por lo inexplicable que para mí encierra que por cualquier otro motivo.
Ese sábado, como todos los sábados, fuí a comer casa de María.
Era para nosotros aquella comida una fiesta intima que nos permitía alargar mi visita cuotidiana, por lo menos en tres horas. El menú no era muy variado, pero sí sabroso y alegrado por los chistes de mi novia y por nuestro amor.
Apenas nos hubimos sentado la mesa, cuando llamaron la puerta. María se levantó de su asiento preguntando. Quién puede ser?
La oimos abrir, y como tardase en volver, su madre me dijo. Qué será?
Acudí la puerta que encontré perfectamente cerrada con llave por dentro, inquieto la abrí, salí al rellano de la escalera: como no encon1468

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