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Mi amigo Luis EMILIA LOLA Pars Pigunas Ilustradas El sol era abrasador. La inmensa sabana reverberaba como enorme plantilla de caldera, y el aire caldeado, se levantaba de la tierra polvosa con esa especie de titilación que pone en movimiento aparente los objetos.
Los que no conozcan esos llanos interminables del Guanacaste, no pueden imaginarse las dificultades verdaderas que hay en cruzarlos en pleno verano y durante las horas de sol. Por espacio de muchas leguas, no se encuentra una casa, un cultivo, agua, ni siquiera un viajero. El zacate y los charroles están materialmente tostados por aquel sol de fuego; el aire enrrarecido que ma los pulmones y no hay una sombra protectora donde guarecerse, Mi pobre caballo pesar de lo acostumbrado que estaba aquellas jornadas, resoplaba fatigosamente y atardaba el paso. Un silencio solamente comparable al de la alta mar cuando está en calma se cernía mi alrededor. donde quiera que dirijiera la vista encontraba la llanura donde se erguían arbustos agostados, como enormes puntos de exclamacion.
Sin embargo la esperanza de llegar tiempo de recoger el último suspiro de Luis, de mi camarada de colegio, mi único amigo, mi verdadero hermano, me hacía apresurar la marcha de la pobre bestia que se revolvía cada espolazo, poco acostumbrada como estaba ese tratamiento. Llegaría tiempo. La duda me mortificaba de modo cruel. Su telegrama recibido en Liberia me Doctor don Carlos Durán Primer Designado a la Presidencia de la llamaba con toda premura, y la distancia blit era larga.
Ya empezaba anochecer, con esa rapidez con que se pasa en estos países tropicales del día la noche, casi sin crepúsculo. Media hora después llegaba yo a orillas de un pequeño río innominado. Apenas si tuve el tiempo de tirarme al suelo tal fué la violencia con que mi caballería se lanzó en el agua donde consumió sus resecos nostriles y bebía ávidamente, grandes golpes, cadenciosamente. Por mi parte me arrodillé sobre una piedra y también bebía con placer cuando al otro lado del río oí el galope de una bestia que con ritmo estremecía el suelo. Pocos instantes derpués oia el chapoteo del agua y ví cerca de mí un ginete montado en brioso corcel. Andrés!
Luis. Eres tú, Luis. Sí, Andrés, japresúrate, monta caballo, sígueme. Dios Santo. Qué sucede. Ven, sígueme! Por lo que más quieras, sólo tú puedes salvarme.
1498 Peuting
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