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Pero no estabas en cama, gravemente enfermo. Todo lo sabrás, pero por tu salvación no me detengas más. Ven. sin esperar mi contestación se lanzó en el río y alcanzó la orilla opuesta mientras yo montaba escape.
Han pasado ocho años desde que ocurrieron aquellos hechos y sin embargo, los tengo tan hondamente grabados en la memoria que no he olvidado ningún detalle.
Aquella carrera fué espantosa; el vértigo parecía haberme arrollado y llevarme en sus alas. Luis iba como cien pasos adelante y sólo oía el ruido de los cascos de su caballo al herir la tierra endurecida, de modo que no pude dirigirle la palabra. Varias veces le llamé pero no me oyó no quiso contestarme.
Por fin, tras una larga carrera llegamos a las tranqueras de su hacienda, situada al noreste de Liberia y cercana al territorio de los Guatuizos.
Al llegar allí mi caballo estrelló contra las trancas del portón que estaba cerrado, y yo fuí lanzado como seis pasos por encima.
Cuando volví del desvanecimiento causado por tan tremenda caída, estaba tendido en una cama y asistido por la servidumbre de la hacienda. Cómo se siente, don Andrés. Regular, pero. Cómo sigue Luis. Qué ha sido de él. Por qué no está aquí. Vaya, vaya, don Andresito, descanse un poco más, usted necesita dormir para reponerse de esa caida tan grande.
No hubo remedio, me acostaron casi la fuerza, y del mismo modo me hicieron absorber un vaso grande de aguardiente, con lo que no volví saber de mi juiLicenciado don Andrés Fenegas.
cio sino hasta el día siguiente.
Segundo Designatelo a la Presidencia de la Republic Cuando pude levantarme noté un mo.
vimiento desusado en aquella casa por lo general tan tranquila. Entraban y salían sin cesar hombres y mujeres del cuarto donde supuse estaba Luis.
Tres médicos cuchicheaban en un rincón del corredor, y una impresión de terror se retrataba en el semblante de todos.
Impaciente por averiguar lo que sucedía, penetré en el aposento.
Sobre una cama yacía tendido Luis, boca arriba, rígido, inmóvil, con los ojos desmesuradamente abiertos y vueltos hacia arriba. Daba la impresión de una persona en estado de paroxismo, pero no muerta; el color no se había retirado de sus mejilias y una contracción de los músculos faciales imprimía en su semblante una expresión de ansia indecible; su mano derecha cerrada empuñaba un objeto con tal fuerza que era imposible averiguar lo que pudiera ser 1499

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