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LA SEMANA Es cosa evidente que un tema novelesco cambia en un sinnúmero de pormenores al pasar del libro al teatro: no hay más que comparar este aquel drama con la novela de la cual se origina: en ocasiones sólo parecen variantes de un mismo asunto; pero este fenómeno se cumple particularmente en ¿Quo vadis. que en drama queda reducido una serie de cuadros sin mucha ilación. El que vea ¿Quo vadis? en las tablas no adquirirá, por lo tanto, una idea de lo que en su hermoso conjunto contiene la obra maestra de Sienkevicks. Quo vadis? es una animada resurrección del tiempo en que se difundia el cristianismo: por eso gusta y atrae, porque reproduce con exaltada fantasía una época de la humanidad que tie.
ne para nosotros interés legendario. El éxito del drama tenía que depender, naturalmente, de la representación material. Quo vadis? en la escena había de entrar por los ojos. El señor Thuillier, que, sin género de duda, así lo entiende también, trae, por eso, un costoso decorado para montar convenientemente esa pieza y para alcanzar el efecto que no podría alcanzar de otro modo. No diremos que este decorado sea inmejorable, sobre todo, en lo que respecta al circo romano; pero no seríamos justos si no dijéramos, en cambio, que él satisface en mucho lo que pide la representación. Para lo que no tenemos reservas es para elogiar la indumentaria, más fácil de hacer y, sobre todo, más fácil de trasportar que un juego de decoraciones: no hay nada que pedir en hecho de indumentaria a Compania que, como ésta, tiene cuanto exigen la época y el buen gusto. No poco llevaba adelantado el señor Thuiller, por consiguiente, en el camino del triunfo con el atrezzo y el atalaje de que viene provisto; solo que nuestro gran teatro carece de medios para completar la ilusión escénica, lo que compromete el éxito de las representaciones en que éste se fia al aparato. Por lo demás, el señor Thuillier cuenta con artistas para apechugar con el papel más morrocotudo: en lo que toca la ejecución, Quo vadis? no podía, por lo tanto, ofrecer ninguna dificultad a la Compañía. Pero en obras como esa hay partes cuyo éxito no depende tan sólo de la maestría en el representar: es también necesario que el tipo del actor se corresponda con la idea que del personaje tenemos formada: Ligia, en el caso, debe ser una joven de gran belleza. Faltaríamos lo que Dios manda si declarásemos que la señora Comendador, actriz estimable, carece de hermosura en un todo: fea, no lo es; pero nuestra imaginación prevenida reclama hermosura de empíreo en la actriz que sale a representar a la gallarda princesa. Tampoco halló el público que el papel de Vinicio fuese para el señor Montenegro, quien, por lo demás, ha estado muy en lo suyo en representaciones de menos suposición. En cambio, no nos costó ningún esfuerzo confundir ála señora Ferri con la visión encantadora de Eunice: la idea que de la esclava nos habíamos formado no disentía de la realidad nuestros ojos presente en aquella ocasión por obra del arte. La señora Ferri nos cautivó, así también, porque, como artista de buena casta, acertó decir con sentimiento dulce y apasionado el apóstrofe que la linda esclava dirige al busto del noble Petronio. El tipo de Quilón Quilónides, el griego degenerado, pero sagaz, que profesa con amable descoco una filosofía vividora, se adaptaba admirablemente la personalidad artística del señor Manso, el cual lo caracterizó con la vis picarezca que en ese artista regocijado hace brillar al cómico de ingenio. Como de costumbre, el señor Manso hizo gozar grandemente al publico. El papel de Petronio es todavía más difícil, porque en él no puede poner gran cosa la fantasia del actor: Petronio es un personaje histórico fuertemente caraccterizado por su amable ironía, por su excepticismo risueño, por su elegancia de gran señor, por su voluptuoso culto de los placeres: lo conocemos por Tácito; pues bien, el señor Thuillier nos hizo recordar con admiración el Petronio de Los anales; pero es que el señor Thuillier abarca y analiza las condiciones de un carácter y luego lo hace su.
yo con ese poder de asimilación que sólo tienen los artistas de raza. Fácil es comprender por las líneas anteriores que la representación de ¿Quo Vadis? exige per sonal y arrcos que sería harto costoso traer a estas tierras lejanas. Por eso sin duda no salió como debía salir, como han salido piezas que no demandan tal canti

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