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Almas Solitarias de Gerard Blauppman TRADUCCIÓN DE JOSÉ FABIO GARNIER Para Páginas restrada Conclusión JUAN (después de breve lucha. iPadre! Madre mia!
SRA. Vock VOCK. se vuelven, Juan cae en sus brazos. iJuan!
JUAN (conmovido. Qué debo hacer?
VOCK. No la detengas déjala partir.
JUAN (con esfuerzo. Te lo prometo (cae sobre una silla; la señora Vockerat conmovida entra en el dormitorio. VOCK. acariciando la frente de Juan. Dios te dé fuerzas, hijo mío. se va también por la puerta que da al dormitorio. JUAN (permanece sentado, tiembla, se levanta, va abrir la puerta vidriera, interroga la oscuridad, luego se acerca la puerta que da a la escala y la entreabre. Quién es. ANA (entra. Soy yo, señor Juan.
JUAN. Ah! Quería usted partir sin despedirse. ANA. Estaba indecisa, se lo aseguro.
JUAN. Yo no sé cómo me encuentro. De un lado mi padre, un hombre tan alegre y complaciente, está muy enojado conmigo y de la otra parte, usted nos abandona (se sienta, apoya la frente sobre la mano, sollosa. ANA (con voz suave, conmovida. Señor Doctor. le acaricia la frente. JUAN (suspira. Ah! señorita Ana!
ANA. Piense en aquello que hemos hablado hace una hora.
JUAN (se levanta y se pasea por la estancia. No me recuerdo de lo que hablamos. Mi cabeza no puede ya con tanto sufrimiento ANA. sinembargo sería bello, señor Juan, que los últimos momentos que pasamos uno al lado del otro los recordásemos siempre con claridad.
JUAN (después de una pausa corta. Ayúdeme, señorita Ana. Ya no soy el mismo!. Siento repugnancia por la vida. Todo lo que había de noble en mis intenciones lo han profanado, lo han arrastrado por el fango. paseándose, luego se detiene frente la señorita. Necesito un apoyo, una ayuda. Yo me pierdo si no encuentro un alma caritativa.
ANA. Señor Doctor, me da pena verlo a usted así. Quiere usted una prueba. Escuche, decretemos aquí una ley para nosotros dos dentro de los límites de la cual viviremos solitarios durante toda nuestra vida. No puede existir otro lazo entre nosotros. es inútil acariciar ilu siones. todo nos separa. Quiere usted que decretemos esa ley?
JUAN. Comprendo que eso podría darme fuerzas. Podría vivir siempre así, trabajar sin la esperanza de una recompensa ¿pero quién me lo asegura. Dónde encontraré la constancia. Quién me dice que mis sufrimientos tendrán un valor?
ANA. Cuando se quiere, señor Juan, no hay necesidad de garantías.
JUAN. Será lo suficiente fuerte mi voluntad?
ANA. Yo por mi parte cuando sienta debilitarse la mía pensaré en aquel que está bajo la misma ley que yo acato y eso bastará para devolverme la calma.
Pensaré en usted, señor Juan.
JUAN. Ana, acepto, acepto. Lo que hemos sentido, el recuerdo de lo que hemos hablado no se perderá, no! Tenga o no tenga porvenir, esa será la luz que nos guíe y esa luz brillará siempre ante mí. Si un día deben apagarse 1558
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