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Los dos amantes se reunieron en la ermita, y lamentando su destino, referíanse las dulces ilusiones que abrigaban para el porvenir, y enlazando sus manos se juraron fidelidad ante la efigie de la Virgen del Amor de los amores.
Dos años transcurrieron, y si bien los azares de la guerra que había en Cuba la sazón respetaron la vida de Juanito, en cambio el clima le había herido de muerte, de tal manera que quedó inútil para el servicio de las armas, aunque útil para implorar la caridad pública.
De regreso su pueblo, sentía el ansia de abrazar sus padres, que estaban en la ancianidad, la vez que concertar con su adorada Juanita el día de su enlace.
Dominado por una y otra idea, le parecía el camino de su vuelta más largo que el de su partida.
Al fin divisó el pueblo, pues que todo en el mundo tiene término.
Oprimió su pecho la emoción. Las lágrimas bañaron sus ojos y un suspiro prolongado parecía darle alientos para recorrer la corta distancia que aún le queda ba.
Cerca ya de la ermita oyó que las campanas llamaban los fieles, la vez que por el pequeño ventana je vió que salían profusos resplandores de numerosas luminarias.
La curiosidad por una parte y el ánimo piadoso por otra, de dirigir un tributo de gratitud su excelsa patrona por haberle concedido el regreso su hogar, fueron causa de que Juanito entrase en el templo.
La concurrencia era inmensa.
Interrogó uno de los fieles, que le manifestó se estaba celebrando el casamiento de dos hijos del pueblo.
Siguió adelante hasta cerca del altar, viendo que el sacerdote daba la bendición nupcial unos jóvenes.
Juanito se acercó más y más, y miró con espanto. Sus ojos no le engañaban. La desposada era. su Juanita.
Helósele la sangre en las venas. Un nudo oprimió sui garganta.
Con supremo esfuerzo pronunció el nombre de ella, y acometido de un horrible martilleo en el cerebro cayó al suelo exánime. CABEZAS MORIEL.
ASCENSION Enclavado la cruz de las afrentas y en medio de una plebe enfurecida, se yergue el soñador. pleno de vida, como un mástil todas las tormentas.
En vano de las ráfagas violentas será la pavorosa sacudida: sobre el trágico horror de la embestida.
por sobre de las ondas turbulentas.
Del mar de la malicia que socava el agrio monte en que la cruz se clava, el visionario, con su sueño solas, sobre la befa vil de los malvados, se alzará como un sol, de entre nublados, redivivo, ascendiendo de las olas.
MANUEL BARRERO ARGÜELLO 1584

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