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Paz, paz y. paz Para Páginas Mustradas Con letras muy gordas publicaban los periódicos de Puerto Rico, correspondientes al 29 del pasado mes de mayo, que en Guatemala había estallado una revolución formidable.
Pues señor pensé yo está visto Pedir paz continuada ciertos países, es pedir gollerías. Cómo diablos vamos a convencer a Europa de que las repúblicas ibero americanas progresan y crecen y se ilustrany. No hace dos meses seguía discurriendo que todos los periódicos venían anunciando que los revolucionarios venezolanos, poderosamente ayudados por fuertes contingentes ingleses y americanos, iban lanzar aquel país una nueva, terrible y sangrienta lucha. Casi al mismo tiempo nos enterábamos de que en el Ecuador andaban las cosas tainbién revueltas. En Santo Domingo, en el Brasil, en. iqué sé ro. Será cuestión de raza. Lo será de clima. Vicio acaso? Será lo que sea: pero ello es. porqué es?
Tengo la desgraciada manía de querer explicarme la razón de todas las cosas y ¡claro está! la mitad de las veces la explicación no resulta. Pero algo, algo se me alcanza de lo que tiene la culpa de que los hispano americanos, mejor dicho latino americanos, salvo honrosas y envidiables excepciones, prediquen continuamente la paz y se den de puñetazos.
Recuerdo cuando hace cuatro y cinco años vino José Santos Chocano cantándonos las excelencias del arbitraje obligatorio; recuerdo el sinnúmero de entusiastas que oían y laudaban al apóstol. Abajo la guerra. La paz es el orden, es la ley, es el derecho, el progreso y la Libertad. Precioso! Pero yo me reía. Me reía porque pensaba y sigo pensando que todo eso, como idea universal, es música celestial. Aquellos mismos entusiastas, adoradores de la paz, la ley, el orden y demás familia, hubieran andado linternazo limpio si por infeliz acaso se hubiesen creído ofendidos ultrajados por cualquier enemigo personal o colectivo.
Pues bien, y vuelvo mi tema: Eso tiene, en mi humilde opinión, algo que lo explica, y este algo es que precisamente los iberos y también nuestros próximos parientes los ibero americanos no sabemos juzgar y acaso no sabemos pensar.
De todas las libertades que nos son inherentes, como seres humanos, y que hasta la ley nos concede, con más o menos eclipses, aquella que menos utilizamos, seria y racionalmente, es la libertad de pensamiento. En cualquier caso que se nos presente nos limitamos averiguar si el pensamiento ajeno está de acuerdo con el nuestro. Si lo está, lo aplaudimos, si no lo está, lo reprobamos. esto se reduce nuestro trabajo mental que no deja de ser cómodo. Cómodo sí; pero es evidente que mientras nos domine ese criterio, todo progreso real es pura fantasía.
Ya sé ¡vaya si lo sé. que un sabio ha dicho que «el entendimiento es la medida de todos las cosas. pero hay que controlar esa medida: las veces se pasa. Modifiquemos el apotegma y digamos que la razón es la que debe gobernar al mundo: no mi razón.
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