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A la orilla del mar COS.
No sé de nada más reparador, nada más dulce que saborear los días grises sin horas, sin tintes cambiantes, en que el Océano y el cielo, como adormecidos, parecen reflejarse, fundirse en algo vago, lejano una gran cortina de gasa fiotante que oculta lo infinito.
Los barcos anclados, inmóviles, semejan negros cuervos marinos que se ciernen sobre las aguas. Se adivina al sol por los resplandores naca radios que platean intervalos el gris.
Las altas escarpas destrozadas pierden sus contornos, y ya no se ven aparecer esas sombras macizas que se alegran sobre las rocas tapizadas de ovas y sobre los charcos profundos en que las anémonas marinas dilatan sus pétalos babosos.
El aire en calma tiene leves sonoridades que se prolongan como Las olas, ondulosas, se quiebran sin fuerza en la arena descolorida, como el cielo y el agua.
Son los instantes de tranquila melancolía en que se intenta resucitar los ensueños muertos del pasado, en que se busca el tormento exquisito del recuerdo, en que ya no se siente la fuerza de amar de nuevo, de aparejar hacia lo desconocido del día siguiente.
Mejores que los tórridos Mediodías de agosto en que el sol flamea en medio de los trigos maduros, en que se ocultan las aves bajo las hojas incendiadas; mejores que las algas de abril, en que las flores de los cerezos se esparcen como una nieve adorable, por los caminos cubiertos de yerba salvaje; mejores que los crepúsculos violeta en que la luna sube como un globo rosa por detrás de las colinas, días lentos y muelles que matan el corazón y adormecen el sér.
Diríase los abrazos envolventes de una mujer que hubiese venido decidida los adioses de la ruptura, y que no atreviéndose pronunciar las palabras crueles, hunde su cabeza blanca, llorando, en nuestros brazos tendidos hacia ellos.
PAUL BOURGUET De un libro Para ella Yo no nací para reir: en vano el sol baña en sus oros mi cabeza, soy gentil hombre de dolor humano y envuelto voy al insondable arcano en el manto imperial de mi tristeza.
Nunca supe de bien: supe de dolo, de frío y soledad; mi sér remeda la noche pertinaz que cubre al polo.
Dejadme con mi angustia; estoy tan solo!
Si me quitan mi angustia ¿qué me queda?
AMADO NERVO 1620
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