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funden los dos aspectos de CUBA, el descriptivo y el instructivo. Mucho se aprende en ellos: vaya Dejarían de ser españoles Segarra y Juliá, y no supongo que tengan tal intención si dejaran de padecer nuestra enfermedad nacional. La padecen con mucho tino, eso sí, y hasta con previa profilaxis juzgar por sus mismas expansiones: pero en mayor o menor grado la padecen y si bien no esgrimen el escalpelo, ni el bisturí, ni siquiera la lanceta, utilizan frecuentemente la finísima aguja de la geringuilla con que se dán las inyecciones hipodérmicas. Caen, aun queriendo huir de ellas como ellos aseguran, en el resbaladizo terreno de las comparaciones, veladas, muy suaves, muy finas, pero siempre comparaciones cuyo alcance, fin, exactitud y oportunidad no son las veces con serenidad ni con justicia apreciados, máxime cuando los términos en que se fundan no pueden ser de una potencia perfectamente igual. Historia, costumbres, educación y clima son factores harto importantes para que se cuente con ellos al establecer, implícitamente o explícitamente, paralelos entre países personas.
La voluntad el propósito de los autores de CUBA sería otro, muy loable por cierto: pero la maldita tendencia, esa leche nacional que hemos mamado todos en España, aun de adultos y crecidos se nos viene los labios y no hay y más remedio que escupirla.
He dicho que el otro aspecto del libro es el histórico: pero entiéndase, que no lo es con respecto Cuba, sino con respecto España.
No sostendré que se aprenda allí nada nuevo: no. Lo que se haces dar un repaso, poco agradable, las últimas páginas que aquella, España, escribió le hicieron escribir en el Atlántico americano.
Comprendo perfectamente que no era posible los señores Segarra y Julia ir Cuba, vivir en Cuba cinco meses, observar Cuba durante ese corto tiempo y sustraerse, pasar por alto, inhibirse digamos, de hablar con más menos extensión y con tales o cuales comentarios, de la última lucha sostenida por la Metrópoli y la Colonia, Lejos de eso el aliciente más importante del libro para el mayor número de sus lectores, hispanos y cubanos, había de ser eso. que esa curiosidad, digámosla así, la presintieron los mismos autores instintivamente la adivinaron, se demuestra, consciente inconscientemente, en la cubierta del libro con los colores gualda y rojo de la española enseña y con el pabellón tricolor de la solitaria estrella que si un dia fué signo emblema de rebelión, hoy arbolan todos nuestros trasatlánticos en el tope, al pasar confiadamente bajo los muros del Morro, Repito que comprendo lo dicho y añado la confesión de que el libro en cuanto se refiere a la permanencia de sus autores en la Habana trata, tan delicado y triste asunto con bastante prudencia, tacto y sinceridad. la sinceridad aquella en cuanto atañe, sobre todo, lo que puede llamarse época contemporánea de Segarra y de Juliá. Pero en hechos más remotos, en sucesos acaecidos en tiempos anteriores los en que ellos, los autores, vieron por primera vez la luz y lanzaron su primer vagido allá en aquella huerta valenciana la que es difícil hallar pareja por lo bella y lo poética creo yo, y porque lo creo lo digo, que vivir al par de los hechos que desentierran, tal vez los juzgasen no con menos severidad pero sí con juicio más sereno.
Aquí llego: pero en mi deseo de decir algo más de CUBA, cojo el libro y hojeo de la página 304 en adelante.
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