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LA SEMANA ses.
El Nacional estaba, en efecto, desbordando de gente y, lo que es más, de la gente que usa tacón alto y agudo, en lo cual está ahora, según parece, el quid supremo de la elegancia, como entre los chinos el usar pantuflos con las puntas vueltas para arriba, como la proa de un trirreme. Llanamente queremos decir que brillaba esa noche en el teatro la sociedad josefina de mejor pelaje, lo que nos puso en ocasión de admirar moños de muchos andamios, pingos casi, casi aéreos y arreboles de aurora, todo lo cual se usa entre nosotros, según dicen lenguas mordicantes, para hacer que la ruin y astrosa pobreza se quede en casa hociqueando en el puchero vacío. No le agradezca menos el favor, por ese motivo, la compañía de aficionados, que, así como así, siempre es agradable tener por público gente emperifollada. Después de todo, el arte es aristocrático.
La Compañía Nacional de Zarzuela estuvo de gala el domingo pasado, y bien se puede decir esto sin sombra de meta.
fora, puesto que le fue dado trabajar en el gran coliseo con que se ufana la Nación como obra magnífica de arte y riqueza.
Un grupo de señoras obtuvo el teatro para dar dos representaciones a beneficio del templo católico que levanta sus graciosas cúpulas en el barrio de la Soledad, feo suburbio de San José en época todavía muy reciente, lugar hoy que luce hermosas calles y alegres viviendas y adonde afluye con brío rumoroso, como un torrente desbordado, la vida que bulle en el centro de la población. Así fué, en fecto, como la humilde troupe de aficionados logró poner el pie en las tablas del Nacional. Verificáronse las dos representaciones el mismo domingo. en el día, la una, por la noche, la otra, ΕΙ señor Blen tuvo el buen acuerdo de llevar las tablas las piececillas que mejor conoce y representa su troupe, la cual se esmero grandemente, como era preciso. por impedir que el público hallase una discrepancia penosa entre la representación y el marco espléndido en que ella tenía lugar. El grupo de amateurs merece aplauso por ese empeño, que, la vez, acredita humildad y conciencia.
No diremos nosotros si logró lo que tan noble y esforzadamente se proponía; pero lo que, sin sombra de error, podemos asegurar, fuer de cronistas verídicos, es que el público se mostró regocijado y que aplaudió con espontaneidad cariñosa los artistas noveles; lo cual es un triunfo que tiene valor muy subido cuando ello ocurre bajo esa cúpula del Nacional que se levanta sobre las cabezas como un jirón de cielo rosado entre el cual velan sus castas y mórbidas desnudeces, como entre el rosicler de una aurora, las divinidades en cuya contemplación a pacienta sus ojos, encendidos por la lujuria, el señor del Olimpo. No menos satisfactorio ha de ser el considerar que nuestro hermoso coliseo apenas tuvo espacio donde alojar la numerosa concurrencia que en él se congregó esa noche para ver trabajar los humildes artistas costarricenMata Redonda es una prolongación de San José en donde la vida social comienza dar señales del poderio congénito que obra en el hombre para realizar las empresas de la civilización, lo mismo las comunes que las excepcionales, porque unas y otras contribuyen, en la medida de su propia y natural eficacia, promover el mejoramiento social. Bajo la dirección del maestro Fournier, algunos respetables vecinos de Mata Redonda han organizado una sociedad cuyo fin es el estudio desinteresado de la música, La sociedad lleva un nombre modesto: se llama sencillamente Filarmonia de Mata Redonda. Pero no porque lleve un nombre de poca suposición es menos simpática para nosotros una sociedad que, como esa, busca en el arte de Euterpe el utili dulci de los latinos. La música es el arte por excelencia, porque es accesible aun para el vulgo, porque no hay meollo, por pobre que sea, sin estro para sentir el deliquio de la inspiración musical, porque no hay nadie por cuyos nervios no discurra como un hormigueo delicioso, al sentir en el tímpano el golpe de la
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