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existen en sus pueblos médicos especiales, brujos, como si dijéramos, que hacen su oficio con los mismos rituales y condiciones que se imponen los que producen la enfermedad; esto es, que tienen que tragarse también los dichos demonios para contrarrestar el mal que ellos mismos produjeron. Pero sucede en estos casos, como en todo, que el poder del mal es más fuerte que el del bien, y así acontece que, si un médico está haciendo una curación de maleficio y llega presentarse por el lugar el autor del daño, la curación se hace imposible y veces sobreviene la muerte de seguida. es que, según el vulgo, los demonios del médico se La lancuadernación y maquina de mar han salido de su cuerpo para pasarse al del contrario, el cual, aguzando su voluntad, la dirige dolosamente en perjuicio del cnfermo.
El hecho sólo de que una persona se imponga la voluntad de tener en su cuerpo a los demonios para darle el maleficio otra, equivale, en otra forma, darle un veneno á pegarle un tiro, con lo cual se quiere dar entender que quien tal hace es hombre malo y dañino y que lo mismo se agrava su alma tragándose los demonios, que tomando una arma para herir matar un igual. De modo, pues, que no todos se imponen semejante deseo, sino sólo aquellos que quieren satisfacer una venganza y en vez de herir matar con bala cuchillo, para satisfacerla, lo hacen por medio del maleficio.
La profesión de médico en esta clase de males, al decir de las viejas, es un verdadero sacrificio, casi un heroísmo. No es cualquiera el que se impone el deseo de tragarse toda una banda de cornudos para procurar la curación de un paciente. Si bien es verdad que quien tal hace no pierde la gracia de Dios ni su alma sufre menoscabo, es lo cierto que hay temor en hacerlo, como lo hay en meter una mano en un poco de agua que de antemano se haya electrizado, sabiendo que no produce daño.
Referiré aquí un caso de maleficio, que me contaron, ocurrido en San Francisco de Desamparados, muy curioso por lo fantástico y original.
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