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Corazón destrozado Pars Piguas Ilustrados (Traducción de Daniel Ureña)
En una sala pequeña, cuyas altas ventanas daban al prado del castillo, la señorita Dormont, la tenue luz de un cielo empañado de noviembre, terminaba una minuciosa labor de bordado. Pero por momentos, vaga la mirada, la aguja inactiva, ella disvariaba, sin otras manifestaciones de existencia que una rápida contracción de cejas una sonrisa fugitiva.
La señorita Dormont tenia 25 años. Era huérfana, millonaria, casi fea y un tanto jorobada. Esta unión de cualidades y de defectos la hacían considerar en el lugar como un excelente partido para las familias más honorables que apreciaban la necesidad de una gran fortuna para fundar la verdadera dicha del hogar. Sin embargo, a pesar de los solicitos cuidados de que era objeto la seño rita Dormont, de parte de las madres avisadas que soñaban para sus hijos una posición formal, la joven no se daba prisa de tomar una decisión. hasta entonces había acogido con cortesía, pero con una sonrisa ligeramente irónica y con una repulsión tranquila y muy sin rodeos, las proposiciones más urgentes, La señorita Dormont, que al venir al mundo trajo también naturalmente la malicia del jorobado, había adquirido desde entonces una razón muy poderosa, sobre todo, desde el día en que vistiendo por primera vez su traje largo que la convertia en mujer, se había estudiado imparcialmente delante del espejo. Sin piedad para sí misma, la rica huérfana no había tenido, después de este encuentro critico con su imagen, ninguna confianza de las declaraciones sentimentales que continuamente venían doblegarse al pie de sus riquezas.
La señorita Dormont habitaba el castillo que había heredado de sus padres, con una ama de gobierno. la señora Firmin, anciana de excelentes cualidades, muy culta. y con algunos criados. Se había resuelto a vivir en esta casi soledad, con resignación. Abierto el espíritu todas las manifestaciones del pensamiento, el corazón todos los infortunios, ella se ocupaba de su mejora, deseando solamente envejecer ligero para estar lo más pronto al abrigo de todas las empresas y de todas las emociones. Pasaba gran parte de sus días en un lujoso gabinete de trabajo, donde una gran biblioteca, una mesa embarazada de libros la rústica y papelería, un piano y un órgano, la convidaban altas distracciones. Muy artista la señorita Dormont, experimentaba cada dia, al penetrar en este santuario, la única alegría por la que le parecía valer la pena de vivir.
Todos los sábados la joven recibía, y el gran salón no era bastante, pues la señorita Dormont había cultivado numerosas y fuertes amistades, sin contar las ambiciones. Dos veces por mes, el sábado por la tarde, retenía sus intimidades comer. Se charlaba, se jugaba al whist, lo mismo que billar, en una sala donde se autorizaba a los caballeros fumar. La señorita Dormont permitía igualmente el baile, pero sin tomar parte en él. Bajo sus miradas melancólicas veía bosquejarse a menudo algunas de esas novelas modernas que tiempo después terminan en la iglesia. Pero no se detenía contemplar las felices parejas que giraban su derredor. En medio de profundos suspiros que con politica atenuaba, iba sentarse entre las madres de familia. Y, en su fuero interno, se reprendía de sus desesperanzas pasajeras, ya que estaba condenada sin remisión no esperar en nada. sin embargo Entre los visitantes habituales del castillo, Jacobo Bigot, joven abogado recientemente librado de su tesis, andaba solicito cerca de la señorita Dormont, quien por otra parte y muy abiertamente le manifestaba un vivo afecto. Esto 1659

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