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jamás había cesado de mantener gratas intimas relaciones. Jamás la más ligera nube empañó la reciproca afección de las dos jóvenes, cuyo aspecto y cuya situación constituían, sin embargo, un contraste absoluto.
La señorita Darcier, hija del farmacéutico del lugar, era de las menos acomodadas, y por lo mismo vivía casi en una sujeción decente, pero penosa.
Por otro lado, era extremadamente bonita. Con sus cabellos grises, rizados naturalmente, negros los ojos, llenos sucesivamente de fuego de languidez, fina la nariz, boca de coral, seducia primera vista. Hermosa, esbelta, ondulosa, su porte y su gesto completaban la seducción y emanaba de ella un perfume voluptuoso que embriagaba a los más insensibles. Pero honesta, las pasiones que inspiraba se iban en seguida apagando, sofocadas entre su virtud y su pobreza.
Por lo demás, Germana, muy delicada y no menos burlona, hasta ahí se había consolado fácilmente y hacía reir a menudo Magdalena contándole sus decepciones que ella, por otra parte, había hecho pagar con largueza a los que la habian codiciado y abandonado por espirituales insolencias y algunas pequeñas crueldades hábilmente combinadas. la señorita Dormont, que era excelente, no le divertia, sin duda, esta historia, sino porque su fealdad se hallaba inconscientemente vengada, y la señorita Germana no reia, probablemente también, porque su pobre belleza necesitaba de esta ironia para compensar el amargor de sus decepciones. Buenos días, Magdalena.
Buenos días, querida.
Ambas jóvenes se abrazaron.
Después, la señorita Dormont, hizo sentar a su amiga y adelantando una silla, tomó lugar cerca de ella. Te portas galana viniendo hoy, la dijo sonriente. Esto me dará el placer de desahogarme un poco, pues desde esta mañana me tienen acosada sueños interminables. Sueños. Tu sueñas, Magdalena. Sí. Te extraña? mi también. Pero en fin, una vez no es costumbre y me he entregado disyariar un montón de cosas, de ideas, de locuras. Qué alegre tienes el semblante hoy, Magdalena. Sí, es cierto. Por momentos ¿Y tú. Yo!
La señorita Germana permaneció un rato silenciosa Después, inclinó la cabeza, y de repente, abandonándose, sollozó.
Estupefacta la señorita Dormont, se irguió, y echando a su amiga en sus brazos. Lloras? le interrogó. Qué tienes. Qué tienes. Qué te sucede?
Habla, pero habla, pues!
La señorita Darcier sonrió tristemente su amiga y poco a poco, dominando la emoción, murmuro. Ah, Magdalena. Si tú supieras! Yo soy muy desgraciada. Pero ¿qué hay? Dílo entonces. Pues bien, yo también, ve, yo he tenido sueños. y todos han sido destruídos, Destruídos. Si. Escúchame.
No seré pesada. Amo, mi buena Magdalena; amo con todo mi corazón, con toda mi alma, con todas mis fuerzas, un joven digno, bajo todos conceptos, del amor que yo le he consagrado. Hace mucho tiempo de esto. Perdóname si no te lo había dicho antes, pero no me atrevia Él también siente por mí una afección profunda. Nos hemos jurado desde hace meses ser el uno para el otro. mantendremos nuestro 1662
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