Guardar

causo.
ser un sentimiento diferente a la grande inalterable amistad que guardo siempre por usted. No sé qué decirle, porque usted sabe cuánto sufro con su dolor. me detesto por no poder hacer nada que pueda endulzar el dolor que le Pero si, respondió con ardor la señorita Dormont que había escuchado sin un gesto todo lo que le hubo dicho Jacobo. si usted aún algo puede.
Ambos me habéis destrozado el corazón, es cierto. Pero qué quereis que haga ahora con este corazón hecho pedazos? vosotros os pertenece, los dos. ya que me amáis, guardad cada uno una astilla.
Como Germana, sofocada, se aproximara, la señorita Dormot le ofreció el brazo. Ven le dijo ven! No quiero que tan lindos ojos lloren. Eso es bueno para los dolientes. ya que la naturaleza me ha dado un feo aspecto, no hay razón para que seáis desgraciados. mí me toca enmendar este error, probando tener una alma bella, Amaos. Viendo vuestra dicha, que mi fortuna me permite ofrecérosla, puede ser que llegue creer que yo también soy feliz.
Abrazaos y Yo case dos amigos como vosotroscogenlaarival y la despreciada, que soy yo, ahora ni una palabra. No me habléis.
No me digáis que me amáis. Dejadme. Necesito reposo.
La señorita Darcier cubrió de besos las mejillas empapadas de lágrimas de la señorita Dormont, mientras Jacobo, arrodillado, besaba la mano de la noA un ademán de la señorita Dormont, se retiraron silenciosos; y la huérfana, al quedar sola, volvió a caer en un profundo delirio, sin un movimiento, sin un suspiro, sin una lágrima.
ble joven.
Largo tiempo permaneció así.
La noche caía esparciendo sus tinieblas por la pieza. Por momentos, un hundimiento de leños en el fogón iluminaba violentamente el salón con el resplandor repentino de largas llamas que en seguida se extinguían poco a poco. Pero las alternativas de sombras y de luces, las idas y venidas de las gentes en las piezas vecinas, el viento que comenzaba soplar en rachas, bajo un cielo negro, nada distraía la señorita Dormont de su pesada abstracción.
De pronto, la joven despertó sobresaltada. se abrió la puerta del salón, y la luz producida por la claridad de la pieza vecina, apareció la señora Firmin. Cómo, señorita exclamó la digna ama de gobierno. tan sola, sin luz. Pero si yo. tartamudeó la señorita Dormont, sorprendida. Qué tiene usted. No está padeciendo. Alguna inquietud. Algún disgusto. No, no, nada de eso, afirmó la señorita Dormont, enderezándose vivamente y desechando, con un gesto decisivo, las brumas de los negros pensamientos que se habían acumulado en su frente.
Después, avanzó algunos pasos delante de su ama de gobierno, y con aire tranquilo añadió con voz sosegada. Soñaba la queja del viento fuera, el canto de la llama dentro.
Formaba todo un conjunto que preludiaba. Una triste canción? interrogó la señora Firmin. fe mía que no un simple lied melancólico. que no resistirá la prosa de la comida. Es todo lo que anhelo para esta tarde.
Un criado apareció, abriendo completamente la hoja de puerta. La señorita está servida.
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