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Cuando publicó El Imparcial las señas del criminal, escribí al amigo que le albergó, una carta diciéndole «que lo había engañado: que perdonase; que si llegaba averiguarse algo, enseñase mi carta al juez y que si había liecho algo en favor del anarquista, no ocultase la verdad por no perjudicarme.
La contestación fué devolverme la carta, rasgo que aun no he acabado de admirar, pero que me obliga más cumplir con mi deber si el caso llega.
Esta intervención, amigo Romeo, he tenido en la espantosa tragedia del 31 y por esto acudo usted, rogándole que contribuya cuanto pueda hacerla pública, para que cada cual pueda juzgar mi conducta con perfecto conocimiento de causa.
Quisiera que no llegara el caso de enviarle la carta esta, porque el amigo de que le hablo no sufriese nada; pero en el momento que lo llamen yo me presentaré al Juzgado.
Si he amparado al autor de un crimen que execro. voy consertir que padezca un hombre honrado que, seguramente, mentirá por no comprometerme Estoy sufriendo desde la tarde del 31. querido Romeo, los días más amargos de mi vida; mas comprendo que los estaría sufriendo peores si delato al que en mí confió. Sigo pensando en esto completamente igual que cuando escribí lo siguiente, propósito de lo que me ocurrió con Angiolillo. Si jamás la sociedad transige con el delator, no es raro que disculpe al criminal. Por lo tanto, delatando Angiolillo, hubiese resultado yo más miserable que él. El crimen político no infama. La delación de ese acto sí. Más que ningún acto humano. se nos impone a todos este juicio con tal fuerza, que ahora mismo, yo, después de habe batallado tanto para disipar esta duda, obligado a elegir, preferiría cometer el crimen delatarlo. Que hubiera yo podido liacerlo sin que nadie se enterase? Indudablemente. Pero lo hubiera sabido yo. a la mala acción hubiese unido la cobardía.
Así he pensado siempre y con arreglo como pienso, me he conducido. no por simpatías hacia unas ideas que he combatido más rudamente y más tiempo que ninguno como todos saben; sino por profesar la teoría de que las ideas si no se profesan para practicarlas, son mercancías despreciables.
Llego en este punto hasta el extremo de que si mañana estuviéramos en revolución, y el Rey preso y sentenciado muerte por mi voto, se escapara, y se amparase de mí, lo salvaría afrontando la execración del pueblo. Que lo que he hecho no es lo legal? Lo sé: acaso no sea ni lo justo; pero es lo que no deja sombras de angustias en el espíritu ni perturbaciones en la conciencia. Si hubiera yo delatado ese anarquista, el sueño habría luído de mis ojos, y si no, soñaría todas las noches, con un agarrotado por mi delación, más que por mi crimen.
La cuestión ésta es tan compleja cuando se hace abstracción del interés puramente personal, que aquí me tiene amigo Romeo, pesaroso de que se me haya venido encima este atroz conflicto, y al mismo tiempo sin explicarme claramente cómo yo, que hubiera detenido al anarquista al cometer el crimen, le hubiera pegado un tiro creyendo realizar una 1681
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