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Llega uno relacionarse con todo en las casas de huéspedes, creerse de la familia. Consuela tanto hallar una casa en que se piense en uno, en donde lo esperen, en donde se acostumbren verlo diariamente! Por esto, aun cuando por el motivo más justo lo despidan, el suceso apena Es difícil que uno acepte por el momento que lo han despedido con razón. No, uno cree que ya su presencia allí era odiosa, que ya no se le quería. este prejuicio mortifica, porque no ve el motivo por el cual se haya hecho aborrecible. al fin lo que uno pide, en este mundo, de los demás es un poco de cariño, de concordia.
En todo esto pensaba yo entonces. Sin más apetito, concluí de almorzar, arreglé mis cuentas y dije adiós todos, prometiendo no olvidar y me alejé dejando tras de mí telarañas de tristeza pegadas las paredes. me fui al trabajo como se van todos, en silencio, marcha lenta.
Cuando llegó la hora de la comida, recordé que ya no tenía una amable posada en donde comer esa tarde. Con el ojo del pensamiento recorrí las casas y calles de la ciudad y en ninguna parte hallé un hogar amigo y carinoso en donde pudiese entrar como al mío. Egoisino estaba de pie en todas las puertas, pero no me conocía.
Tanta soledad para un hombre joven es triste, bien triste, pero absolutamente verdadera, por desgracia. Tanto más desconsoladora cuando se piensa que son muchos los que viven una vida semejante, extranjeros, personas que talvez con pocos recursos, van pasando de pensión en pensión, de calle en calle.
Pensé en hoteles. Todos me parecieron aborrecibles: viejos recuerdos surgieron entonces de muchas mesas alineadas, de muchas caras extrañas, indiferentes, de muchas mandíbulas serias que nascan, beben, fuman, sin sonreír, silenciosas, glaciales y un estremecimiento de horror se apoderó de mí. Ahora se comprende por qué no pensé más en hoteles. ese día comí por esas calles, frutas secas, rosquillas, queso, cualquier cosa, pero comí para aplacar la entraña. amaneció el otro día y el otro; ambos me trajeron una taza de amargura. Aquí leche, aili galletas, allá bananos, fuí pasando, pasando esos días. poco a poco se apoderó de mi una tristeza indecible. El sentimiento de mi retiro se aumentó más y más, me hallé tan solo, que me juzgué realmente un huérfano, botado por esas calles. esta vida errante me angustió mucho y me dije; si ella continuara quince días más, mejor sería no vivirla! La casa paterna con todos sus atractivos se alzaba lo lejos: allá estaba el hogar, el cariño, la sonrisa maternal, todo lo que dulcifica la vida, pero estaba tan distante! El recuerdo de la pobre mamacita, ignorante de estas cosas no dejaba de ser triste deveras. había que buscar una pensión, porque aquella vida solitaria, comiendo en cualquier parte y cuando hubiera hambre, no podía prolongarse más tiempo, sin grave perjuicio de mi salud y de mi dicha. Había que buscarla. aclimatar nuevos sentimientos familiares, cariñosos, en otro asilo, entre gentes buenas que quisieran, que fueran dulces. Cuánta dulzura y paciencia se necesitan para crear un afecto entre nuestros semejantes!
La angustia que yo sentía la han sentido los seres aislados que trabajan, que no han hecho un hogar, que no han conocido una pasión desintere1691
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