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Cuyeos y majafierros Muy poco hace caminaba yo para mi casa por un camino pedregoso y polvoriento, tranco torpe, con el ánimo opromido por hondas melancolías que las llevaba clavadas en el corazón como un manojo de agudas espinas.
Iban conmigo agradables compañeros: el pensativo silencio, la divina noche y la luna creciente que abrigada en una tenue colcha de nubes, hacia su viaje de reina por el cielo difundiendo sobre el mundo una triste media luz.
Tal vez nunca como entonces sentí con más gusto la apacible hermandad del silencio, que sin abandonarme un instante se deslizaba de puntillas por encima de las cosas como para no despertar su paso las alimañas de la tierra.
Solamente los grillos en vigilia, con la única vibración sosegada y metálica que ellos producen, interrumpian el blando avance del silencio.
La fotografia artística Maria y Guillermo Vargas Facio Fot. Fernando Zamora El fresco aliento de la divina noche, como lo haría un ala de seda, de cuando en cuando me acariciaba el rostro encendido; esta caricia me complacía muchísimo! ambos lados del camino, frente a frente, se extendía una hilera de árboles inmóviles, tronchados por la poda y cubiertos de polvo, como soldados mudos.
que miraran imperturbables el desfile cotidiano de muchos hombres, mujeres y 1710

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