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Ansio la soledad de tus dominios. Me figuro tu reino como una vasta pradera silenciosa, cruzada por hileras de cipreses blancos, cuyas copas se juntan y forman galerías interminables por donde puede pasearse gusto, sin que nada importuno fastidie. Allí no se oirá ni un canto de pájaro, ni el gorjeo de una fuente alegre; habrá fores blancas y todo será blanco allí. Tú misma eres blanca, tus manos lo son también. Te lo ruego, extiendemelas y conduceme a tus dominios. Seré tu leal amante: juntos viviremos sin querellas, amándonos mucho. Dicen que tú eres fea, pero la imaginación mía se complace en revestirte de los más adorables encantos.
Oh Muerte! Sonrieme con sonrisas de novia. Tiende tu mano descarnada y llévame blandamente. Pero bah!. no te rías así, y mi súplica no respondas con ese gesto cruel, porque es filoso y cortante como tu voraz guadaña. Te inclinas y tu blanca túnica, como un lienzo que se asoleara sobre estacas, cubre tu amarilla osamenta y sin embargo te hallo sensual, atractiva. Yo deseo vivir contigo; con un poco de trato nos entenderemos los dos. Ven por mí, te lo suplico!
Me figuro que tu compañía no puede ser más grata. Ven, extiende tu mano huesosa y llévame contigo; yo te lo exijo; observa que es sólo una reja la que nos separa.
Tú eres antigua para los demás, pero yo me imagino que tu vida ha sido una juventud inalterable, que tú has sido una princesa encantada sobre la cual los años no han dejado su huella de arrugas y canas, su racimo de tristezas y desengaños. Tú has visto tanto en el mundo y en lo que cuentes hay mucho que gustar y aprender! La historia de tus aventuras a través de los años y del espacio será un encanto para mi espíritu que ansía saber cosas raras. Oyéndote, estaría prendido de tus labios, y tus palabras serían un collar encantado que me ataría para siempre a tu corazón. Oh, cuánto te deseo, primorosa Muerte! Yo quiero vivir contigo! Ven, ven, yo te amo tanto! Oh Muerte. Concluida esta invocación a la Muerte, oi con sorpresa que extrañas voces, en coro, también concluían de repetir las palabras que yo acaba de pronunciar, yendo unas adelante, otras quedándose atrás, como sucede cuando varias personas rezan.
Espantado, abrí los ojos bien y ví que muchas gentes ignoradas y oscuras habían venido hasta las rejas del portón que cerraba la entrada del cementerio de la aldea.
Quiénes sóis vosotros, gentes importunas, que venis interrumpirme en mis meditaciones? les grité enfurecido. No visteis que estaba solo, bien solo, que hablaba en alta voz algo que sentia de corazón y que vosotros no erais capaces de comprender, y que no era oportuno que irrespetuosos, vinierais interrompirme? Sois unos atrevidos, porque hasta mis palabras habeis repetido.
Quiénes sois vosotros? grité más alto. Quiero que lo digais al instante!
En seguida no tuve más respuesta que el llanto tristísimo de un niño enfermo, estrujado los pies de aquella concurrencia inesperada. ese llanto se unieron otros y otros, siempre de niños que sufrían.
Qué pasa? pregunté angustiado, quiénes sóis vosotros. repito, Somos fracasados de la Vida y venimos en busca de la Muerte, me repusieron casi todos con una doliente y entristecida conformidad. Yo soy un orate y un cojo, me gritó uno que apenas sí podía mantenerse de pie. Yo un ciego hambriento, dijo otro. Yo un alcohólico, habló uno de rubicunda faz. Yo un infeliz a quien destruyen los males venéreos.
1713

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