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Yo un explotado sin fuerzas, que no puedo seguir la espantosa jornada, me dijo un obrero haraposo y triste.
Yo una jovencita tísica, me dijo con mucha pena una voz apagada. Yo una vieja muy achacosa. Estos niñitos que gimen nuestros pies son criaturas abandonadas, hambrientas y enfermas. Yo. Callad! le interrumpi desesperado al que iba hablar, no quiero saber más quienes sois. Ya lo comprendo, ya lo comprendo todo! un silencio aterrador siguió después. con asco miré aquel numeroso grupo de fracasados, aquella onda de impotencia y degeneración que venia del mar humano las playas de la Muerte, en busca de un lecho de arena en donde reposar para siempre. qué horas llegaron tantos. pregunté angustiado. qué horas. Mientras hablabas fuimos llegando uno a uno. Fragmentos de tu invocación nos parecieron justos, expresaban lo que nosotros sentamos y por eso venimos a repetirlos, en coro, contigo. Más tarde llegarán otros prójimos. el mundo está lleno de fracasados inútiles que desean morir y ese terreno y otros semejantes no hastarán para tragar tanta víctima! me respondió la voz ahuecada de un viejo paralítico.
Sentí horror oyendo aquello. Inquieto me moví de un extremo al otro de la puerta de rejas, como una fiera enjaulada.
Adentro, por entre las tumbas cubiertas de malezas, la Muerte continuaba paseándose. De tiempo en tiempo se detenía para mirarnos compasivamente, sobre todo cuando los que estábamos en la reja grunamos como pordioseros que la puerta de un asilo de caridad esperan impacientes un poco de pan y caldo para aplacar las exigencias de la entraña famélica.
Esta situación humillante y miserable me angustió deveras y quise huir.
Callarse. grité rabioso la muchedumbre de miserables que me envolvía y que continuaba gruñendo en confusión. Callarse! invocando de nuevo la Muerte, antes de partir, le grité con todos mis pulmones: Oh Muerte! cuán miserable y cobarde me pareces ahora! Está bien que purifiques el mundo, destruyendo todos los seres indignos de vivir, Pero no tienes por qué envanecerte de tus triunfos! Quiénes son tus presas? Esto que veis aqui: los débiles, los niñitos tiernos como una hoja, todas las ctimas del vicio y de las enfermedades Sólo impotentes y enfermos desean morirse. YO soy joven y debo vivir. Ni los vicios, ni las enfermedades han hecho de mí una ruina. Ven, ven y cébate en estas tus pobres víctimas: un hospital improvisado de vencidos te aguarda ansioso junto a estas rejas. Pero yo no te quiero más, te odio mil veces; huyo, huyo presuroso y me voy en busca de la radiante Vida, del cielo, de los crepúsculos, de las fuentes, del mar, de los colores, me voy en busca de mi dulce novia para vivir con ella el intenso amor y con ella luchar por los ideales más altos y más nobles entre los hombres. abriéndome campo con ambos brazos, le grité amenazante la muchedumbre de vencidos que me envolvía. Apartaos, apartaos, al que me detenga lo ahogo; y empujando sin piedad a los que me estorbaban el paso, eché a correr enloquecido por el camino pedregoso y polvoriento. corri mucho, mucho, hasta que fatigado llegué la encrucijada de un camino Ya no pude avanzar más y alli me senté, la orilla del sendero.
Entonces otro pájaro nocturno, un majafierro, comenzó también, desde un cafetal no muy cercano, entonar su monotona canción, que oída de lejos parecía el golpe tenaz de un martillito de plata sobre un yunque fino.
1715

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