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El metálico canto del majafierro me entristeció de nuevo.
Con ambas manos me cubrí la cabeza, encendida como una ascua, y me puse llorar como un niño.
Recordé mi novia ausente y disgustada y como si la tuviese mi lado, en son de reproche le dije con ternura estas palabras. Compañera aquí me hallas en la encrucijada del camino en donde me dejaste. Te aguardaba para que juntos siguiésemos la ruta emprendida en mejores días. Dame esa manecita blanca y fina y vente conmigo. La Vida nos aguarda placentera. Es preciso que la vivamos lo mejor posible, amándonos mucho y luchando por los ideales más nobles y más altos. Tú eres buena, pero mal hiciste en abandonarme. En esta lucha por los ideales no debiéramos habernos detenido un instante. Quedar sentado la orilla del camino y ver con toda la indolencia del caimán, cómo se desbandan los ideales que se creyeron más puros y sólidos, es hacer una obra perjudicial y confesar impotencia. esto no debe ser así! En esta vida hay vacilaciones que son caidas y hay caídas irremediables. Ven, dame esa manecita blanca y sigamos adelante. Ahora caminamos de noche, con mil obstáculos, pero debemos ser los primeros que llegamos al tope del Alba. Vente conmigo, pues. Me escuchast Ven, mi companera, ven. no hablé más.
Un reloj cercano dió la una de la mañana.
Me levanté y seguí para mi casa tranco torpe y vacilante.
y Ya no se oian ni cuyeos, ni majafierros; probablemente habían suspendido, piadosos, sus cantos agoreros que me hacían tanto daño.
Otra vez sentí la presencia de mis agradables compañeros: el pensativo silencio, la divina Noche y la Luna creciente, arropada siempre en su colcha de nubes y difundiendo por el mundo su triste media luz.
Al fin llegué mi casa. Le di vuelta a la perilla de la puerta, abri con cuidado y entré con la suavidad de un gato para no despertar a los demás que dormían. pesar de todo, sentí que de la oscuridad salía la voz entristecida de mi madre que me llamaba. Matías: Señora, le respondí dulcemente. Han entrado ya todos mis hermanos?
Sí, tranca la puerta, me dijo y no habló más.
Encendi entonces la vela y antes de acostarme, como de costumbre, abrí bien las ventanas de mi dormitorio.
El aliento fresco de la noche, como una ala de seda, me acarició el rostro encendido; yo le agradecí a la noche esta amable caricia.
Desnudo ya, me metí entre las sábanas. Derrepente, interrumpió el silencio un carraspeo que salió de la oscuridad. Era mi madre, que aun despierta, carraspeaba como otras veces, antes de dormirse.
Entonces fijé mi pensamiento en la dulce madre mia y me dije solas. Buena madrecita esta mía! Cuánta ternura me infunde el ejemplo de su vida constantemente cariñosa para conmigo! Estoy fuera de la casa, y no duerme, pensando en que aun no he regresado. Amante, siempre me aguarda con el mayor desinterés del mundo. Cuán buena es la madre mja! En estos veinticinco años que llevo ya de vivir entre los hombres, no he visto un cariño más puro, más leal y más permanente que el de ella, cariño por encima siempre de todas las injusticias y desapegos y olvidos. Es el único ser en quien he hallado un amor firme como una lámina del oro más fino, siempre inalterable, siempre fuerte, Cuán distinto es el cariño de los demás, el de la novia, del amigo, de la amiga. este otro cariño es una frágil lámina de porcelana que con el más leve choque se hace trizas.
1716

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