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sortearse para decir quienes serían los designados por la suerte para satisfacer la contribución de sangre, terrible siempre para las madres.
El hijo de Magdalena había cumplido 19 años, y estaba comprendido en aquella lista Una tarde (después de hecha la declaración de los quintos. disputaban acaloradamente Magdalena y su marido porque éste exigia, con amenazas y bruscos ademanes, dinero; cuando apareció su hijo en la habitación con el rostro descompuesto, al divisar su madre corrió a su encuentro y arrojándose en sus brazos, le dijo con voz triste y frase entrecortada: Madre mía. Soy soldado!
El llanto y la emoción ahogaron la voz en su garganta, y madre hijo permanecieron breves instantes inmóviles, formando un grupo conmovedor que el marido contemplaba atónito. De repente, Magdalena, que no pudo retener las lágrimas con que respondió los sollozos de su hijo, separó éste con dulzura, y mostrando una súbita alegría, le tomó por las manos y le dijo: No llores, hijo de mi alma, no llores porque no serás soldado. Tu madre, que siempre ha velado por tí, tiene lo suficiente para librarte.
Pero ¿como? dijo el padre aterrorizado y palideciendo.
Muy fácil, ya verás, esperadme. repuso Magdalena dirigiéndose al dormitorio donde estaba el lienzo de la Virgen de los Desamparados. Oh Soy un miserable. No, no vayas, no vayas gritó el marido, con acento desesperado, encaminándose con paso vacilante y los brazos extendidos en persecución de su esposa.
Cuando aquel hombre llegó junto a la puerta de la estancia donde había penetrado Magdalena, oyose un grito desgarrador. Me han robado. Me han robado, Dios mío. gritó Magdalena al encontrar vacío el hueco que detrás de aquel lienzo constituía su depósito.
Salió despavorida del dormitorio, y cayendo en brazos de su hijo, exclamó entre sollozos que la ahogaban. No hay salvación! Me lo han robado!
El marido de Magdalena retrocedió dos pasos, y llevándose las manos a la frente, gritó. Soy un miserable; he robado la sangre de mi hijo!
De pronto se detuvo y añadió: Es cierto, hijo mío, te he robado. pero no importa. No os apureis. De mi cuenta corre remediarlo todo. Como repuso Magdalena anhelante.
No me interrumpas. Escucha. Yo he sido hasta hoy el autor único de todas tus desdichas, últimamente he robado, Magdalena, el sagrado tesoro que guardaba tu amor de madre para impedir que tu hijo te abandonase, y no te abandonará, yo te lo juro, Pero. cómo se ha de librar, si tú no tienes. Como? exclamó el marido sacando rápidamente un puñal y cla.
vándoselo en el corazón: Por hijo de viuda.
MANUEL MUÑÍZ (Costarricense)
1733
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