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La Semana El joven don Joaquín Barrionuevo ha presentado al pú.
Albores blico un hacecillo de rosas por él cortadas en el jardín de las letras. Tenemos para nosotros que esas flores no son aún de tiempo y que carecen, por lo tanto, de aroma, de colorido y de lo zania, cualidades que faltan casi siempre en los productos de la naturaleza que no han llegado a la madurez. Pero en esas flores prematuras podemos ver, sin embargo, las dotes y las aptitu les del inexperto cultivador. Se nota principalmente en Albores que el juven Barrionuevo no ha podido aún omeñar el idioma, que él retuerce sin lástima al querer darle la forma acomodada su pensamiento, pero que concluye por tomar posiciones groti scas en esa lucha sorda de la rebeldía con la obstinación. Esto hace que las ideas se enreden y aún oculten un poco entre el matorral del estilo; pero ideas no faltan en el volumen del joven Barrionuevo, y, más que todo, hallamos en el espíritu de observación, vacilante inseguro, es verdad, pero con los ojos abiertos. Notamos también que este joven se entretiene poco en divagar por el vacío, como dice el ilustre Caro, y que más de una vez aborda atrevidamente cuestiones prácticas de índole social, como, por ejemplo, la educación de la mujer. Lo común es, al contrario, que los aprendices de escritor gasten su fósforo en encender y esparcir por el ambiente las lucecillas azules de la trivialidad. Que en el joven Barrionuevo hay arrechuchos de presunción. qué? La presunción es como plétora de vida que se des borda en los jóvenes la edad y la experiencia acaban casi siempre con ese flujo. No denuncia inmodestia, por cierto, el título que el joven Barrionuevo ha dado su libro. Albores. Por lo demás, lo que principalmente echamos de menos en él es precisión, exactitud y belleza de estilo; en una palabra, arte. Por más que se diga, el idioma desempeña papel principal en las lucubraciones de índole literaria. Si el idioma no responde con exactitud nuestro pensamiento y nuestra intención, maldito para lo que nos sirve el poseer una mina de ideas. No se tergiverse, sin embargo, lo que decimos a este respecto. Nuestra teoría no hace depender exclusivamente del lenguaje el éxito de una obra literaria; todas las obras piden claridad de estilo; la obra literaria requiere, además, belleza en el decir. Pero nadie se le ocurra tampoco pensar que nosotros preconizamos el procedimiento de las épocas clásicas como el único digno de ser seguido, por mucho que él sea el procedimento de nuestra predilección, que, al fin y al cabo, iqué demonio. cada uno tiene sus aficciones sus debilidades. El procedimiento clásico es hermoso, sin duda; pero el pensamiento moderno ha encontrado en la lengua moldes tan hermosos como ese. Ni ignoramos nosotros que el lenguaje evoluciona constantemente en virtud de leyes que rigen su existencia y que el idioma patrio ha debido adaptarse al temperamento y la mentalidad reinantes en los pueblos de aquende el océano. Así, lo que nosotros pedimos no es que los escritores se circunscriban éste el otro patrón literario: es que escriban con claridad y belleza. Al decir procedimiento clásico nos referimos, según eso, aquella conformación elegante que la lengua sabían dar los escritores de antaño y que también se le puede dar hoy en día aun con los elementos de todo linaje que aporta la evolución. Esto lo han rea1738
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