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¡Qué muchacha tan rara esta María! pensaba Magdalena sentada en su cuartito de soltera, el codo apoyado en una mesita jardinera sobre la cual estaba la hermosa canasta enviada esa mañana por su novio y el ramo que debía llevar a la iglesia. Pero ¿por qué tardará tanto Manuel. esta muchacha tan rara. qué ocurrencia la suya! llorar en estos momentos. cómo sabrá que Manuel es bueno y que seré feliz? Vaya, esas son tonterías.
Pero, ya tarda ese novio. Qué ganas tengo de verle! Debe estar muy simpático con su frac, chistera y corbata blanca. Se habrá rizado el bigote?
Tanto que se lo recomende! Los hombres se ven muy bien con un mostacho la borgoñona. Pero qué tontería la de esa muchacha: y no es fea, más bien simpatiquilla; y culta: parece que hubiera recibido una buena educación que se haya rozado con gente de buen tono.
La iglesia rebozaba de gente. Allí se había reunido la creme de la sociedad elegante. Un aire de placer parecía haber invadido las naves, y las conversaciones se sostenían en un diapasón apenas contenido por la santidad del lugar Aquello era una verdadera revista de trajes, una crítica, veces mordaz, de las interioridades domésticas: se cerraban tratos como en un mercado 1752

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