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y más de una cita galante era concedida al dar y recibir el agua bendita. En fin, la continuación de la vida social en otro escenario.
Se hizo un gran silencio. El Obispo avanzaba cubierto de oro y bordados, medio velado por las nubecillas del aromático incienso.
Los seis padrinos y las seis madrinas formaron un arco de círculo en cuyo centro quedaron los novios, y el Obispo al frente. Principiaba la ceremonia religiosa. Tomáis por esposa y mujer a la señorita Magdalena. Sí, señor. vos, señorita Magdalena. recibís por esposo y marido don Manuel. Sí lo recibo.
Ambas contestaciones resonaron claras, vibrantes, sonoras, bajo las criptas de la catedral. En el primero de esos si había cierta entonación de conquista, de orgullo y satisfacción; en el segundo, aunque más dulce, resonaba el amor, la felicidad.
Nadie oyó un sordo grito de angustia que partió de detrás de un pilar, cerca de un oscuro rincón. Allí estaba María, llorosa, la faz ercendida, crispados los puños, destrozando los bordados de su pañuelo. Ingrato. murmuró mientras ya terminada la ceremonia desfilaba el elegante cortejo al son de una marcha sonora que apenas cubría los gemidos de la modistilla.
Iban del brazo, él, irreprochablemente vestido, el bigote alborotado y trémulo; ella, bellísima, toda de blanco, ambos mirándose en los ojos, ajenos este mundo, con la sonrisa del amor; estrechándose mentalmente.
Los concurrentes, con la perspectiva del banquete y del baile, trataban y de acercarse formando parejas, dándose citas para el primer vals, felices, haciendo, los hombres comentarios su modo, y ellas, soñando en el día venturoso de sus bodas.
1753

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