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la cual se paseaba en todas direcciones se apelotonaba alrededor de la pista.
En el centro de este marco tan brillante como lucido, comenzó a las nueve la partida de polo. Los campeones lanzaron sus corceles sobre la bola, que había caído en el centro del redondel. Aquel choque produjo desde luego la ilusión de un combate cuando, suprimidas las distancias, los combatientes se arrojan unos contra otros y luchan cuerpo cuerpo. Los ginetes se agachaban buscando intersticio por donde herir la bola, que, de pro. to, partía como un proyectil, rasando la tierra. Entonces los ginetes, blandiendo el mazo, el elegante busto tendido en escorzo sobre las crines, lanzaban su caballería en persecusión de la bola. La disputa fué siempre reñida, pero desde el principio los blancos adquirieron ventaja sobre los verdes, y éstos no pudieron restablecer el equilibrio en el curso de la refriega. Los campeones combatieron con seguridad y con brío y mostraron ser ágiles ginetes; sólo uno lo vimos rodar una vez de la silla. Los jugadores de polo deben ser poco menos que centauros y tener, mayor abundamiento, cabalgaduras muy bien adiestradas: la bestia hace en este deporte un oficio que casi requiere el uso de inteligencia, la cual se suple en los animales con la educación. En el juego de polo hay que admirar, por consiguiente, tanto la destreza del ginete como la disciplina de la cabalgadura. El juego es interesante; pero, en cuanto mí, pre iero los ejercicios en que el triunfo depende solo de la inteligencia y del esfuerzo que de su natural pone en ellos el jugador. El polo, otrosí, es juego vedado para aquellos que carecen de recursos con que comprarse una bestia, por donde resulta ser un juego reservado de necesidad la aristocracia del dinero; lo cual en modo alguno disminuye el interés que despierta; lo que intento decir es que la protección del Estado debe recaer, si viene a cuento, sobre sports que estén al alcance de todos. Reanudo ahora el hilo de mi relato para declarar, guisa de epílogo, que el match de polo es un número brillante en la lista de los festejos.
sea El Parque El Parque Morazán fué el punto de cita para todos los vecinos Morazan de San José durante las cuatro noches de las fiestas. En él se verificaron los conciertos al aire libre con que las bandas militares entretienen al púlico en días de jolgorio. Eso por sí solo era sin duda aliciente bastante para atraer al vecindario de San José, porque no hay nadie insensible al deleitoso placer de la música y porque los hijos de Mata Redonda han mostrado siempre una afición extraordinaria por el arte divino de Euterpe, que, por otra parte, ahora podíamos saborear sin que nos costara ni un óbolo. Pero el Gobierno, otrosi, convirtió el Parque Morazán en un sitio encantado, como para que no faltara allí cosa alguna en que los sentidos no hallasen deleite. En la avenida que corta y divide los parques se sucedía una serie de arcos, y estos arcos se entrelazaban unos con otros por medio de cadenas de verde follaje, en el cual brillaban sinnúmero de lamparillas multicolores, que formaban arabescos de luz sobre el manto negro de la noche; dijérase, así, que las gentes se paseaban bajo una bóveda de estrellas. Allí se ha reunido el tout San José en estas noches, allí ha saboreado excelentes partituras, allí ha librado terribles guerrillas de confetti, allí, en resolución, ha ahogado el monstruo renaciente de sus penas entre los brazos muelles de la alegría.
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