Debido a los elevados costos del mantenimiento de las imágenes, se ha restringido su acceso solo para las personas registradas en PrensaCR.
En caso de poseer una cuenta, hacer clic en “Iniciar sesión”, de lo contrario puede crear una en “Registrarse”.
El señor Xyz la señorita Ada Fernández Nada turbaba la laboriosa digestión del señor juez don Antonio López.
Había comido como de costumbre, es decir, mucho y trataba ahora de acallar la protesta de su sobrecargado estómago. ingiriendo grandes bocanadas de humo que extraía lentamente de un enorme puro. La noche había invadido hacía rato el cuarto donde don Antonio más yacía que descansaba y los objetos iban tomando esos tintes vagos y esas siluetas indeterminadas que convidan al sueño. Don Antonio se dormía; las bocanadas del perfumado tabaco iban espaciándose cada vez más y el puro se inclinaba, amenazando caer sobre su negrísimo y bien aplanchado pantalón. Por fin un sonoro ronquido hizo saltar asustado, sobre sus cuatro patas, al gato que también dormitaba sobre el escritorio. La obscuridad era ahora completa y el micifus, tranquilizado, se extendió nuevamente sobre el tapete y tomando por cabecera un código de Procedimientos Penales, reanudó su interrumpido sueño en que su imaginación le hacía saborear el cuerpecillo tierno de los canarios cuyo gorgeo tanto le molestaba y que en sendas jaulas doradas, allá en el corredor, parecían burlarse de él. Canallas. el felino se relamía los tiesos y erizados bigotes con su lengüecilla rosada, La puerta giró suavemente sobre sus goznes, se oyó el clic metálico de la llave de la luz eléctrica y el despacho quedó iluminado. Don Antonio no dió señales de haberse despertado y el gato apenas si se dignó entreabrir los párpados.
La sirviente avanzó hacia el sillón y, primero quedamente, luego más fuerte y por último voces, llamó su amo. Este se enderezó tan bruscamente que el puro cayó de sus labios, y, de mal humor, preguntó. Qué hay: Una señora pregunta por usted. Qué clase de persona es. Parece ser decente. Espera en la sala. Sola?
Si señor, sola.
El Juez abotonó su chaleco, arregló su corbata, sacudió un poco de ceniza que había caído sobre el pantalón y después de mirarse en el espejo que dominaba la consola, desahogó su mal humor dandole un empujón al gato. Quién podrá ser? Alguna tonteria. Pero una señora. y sola? Vaya, alguna solicitud de empleo. Qué calamidad! No es posible descansar.
Así pensaba don Antonio, mascullando algunas palabras, y tras un largo bostezo abrió la puerta.
Una joven, elegantemente vestida se puso en pie y adelantándose su encuentro, con las inanos unidas en ademán de súplica exclamo. Don Antonio. Señor Juez. Sálveme Ud. Sólo Ud. puede salvarme. Por Dios no me abandone. Esto es terrible, muy terrible!
Señora, cálmese Ud. No hay tiempo que perder, se trata de algo tan grave que envuelve para mí, cada minuto, el peligro de perder mi honra y la de los míos Pero, enfin, explíquese Ud. porque No podría hacerlo. No debo perder tiempo. Sígame, don Antonio. Pero. donde vamos? Ud. comprenderá que yo no debo. no sé si debo La visitante había agarrado su interlocutor por un brazo y lo arrastraba hacia el zaguán. Una vez ahí, descolgó de la sombrerera el bastón del Magistrado y su sombrero y se los entregó sin dejar de caminar.
1822
Este documento no posee notas.