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juicio de los mejor dotados por la naturaleza; pero hay que tener en cuenta que la civilización de los pueblos aspira a la protección de los débiles y la armonía social debidamente equilibrada.
Antiguamente, la venganza era un hecho permitido: las ofensas personales se vengaban legítimamente por el perjudicado y en caso de muerte, por su familia por la tribu; los ataques a la propiedad eran simplemente objeto de represalias, tanto en lo particular como de pueblo pueblo. Cuando el orden social tomó más consistencia la vindicta pública sustituyó al antiguo derecho de castigar por mano propia. Siguiendo así la evolución natural, el carácter de venganza va desapareciendo y la pena, que no es otra cosa que una consecuencia de la vindicta pública tendrá forzosamente que desaparecer: si nos remontamos hacia atrás veremos cómo, hasta hace poco, el loco verdadero era igualmente responsable que el hombre cuerdo; los menores de edad eran azotados y hasta recibían la muerte por faltas que para nosotros no merecen castigo; Darwin cita el caso de un salvaje que estrella a su hijo pequeño contra las rocas, haciéndole trizas la cabeza, por el simple delito de volcar involuntariamente un canasto de mariscos recogidos por el fueguino y su mujer la del mar. De igual manera se seguía procesos contra los animales y aún contra las cosas inanimadas, con la propia naturalidad con que los niños castigan un caballo de madera o golpean la piedra en la cual se tropiezan. Hay un movimiento meramente instintivo que ha llevado al hombre devolver mal por mal, que exigía ojo por ojo y diente por diente, en la Babilonia de hace cuatro mil años, y en las leyes de Moisés; esa herencia atávica por desgracia se conserva todavía en muchos pueblos de la tierra.
Pero el hecho de haberse suprimido los procesos contra los seres inanimados, contra los animales irracionales, contra los niños y contra los alienados, parece indicarnos que la evolución no ha terminado su carrera de progreso. El derecho punitivo ha avanzado mucho en esa escala que nos separa del resto de los animales, pero aún le quedan ideales hacia donde encaminar sus pasos, ideales que pueden cambiar con el tiempo, y que seguramente cambiarán, siendo cada vez más humanitarios y sociales. El derecho de legitima defensa quedará limitado en los siglos futuros poderlo usar contra las fieras temibles que acometan al hombre, contra los salteadores que a las fieras pueden igualarse y contra los pueblos que de manera injusta ataquen una comunidad legalmente constituída.
Pretendiendo veces ampararse en los estudios de Lombroso, que son eminentemente experimentales, se ha justificado la muerte del crimanal nato sin pensar que esos seres impulsivos, idiotas casi siempre, debieron la carrera del crimen al elemento en que se hallaban colocados. De buen grado admitimos, dice Kropotkine, que los que han cometido actos atroces, actos de aquellos que por instantes perturban la conciencia de toda la humanidad, fueron casi idiotas. La cabeza de Frey, por ejemplo, que dió hace algún tiempo la vuelta toda la prensa, es una prueba sorprendente de lo dicho; pero todos los idiotas no son asesinos. El más rabioso partidario de la pena de muerte retrocedería ante la ejecución en conjunto de todos los idiotas que hay en el mundo. Cuántos de ellos están libres, unos vigilados y otros vigilando. En cuántas familias, en cuántos palacios, sin hablar de las casas de curación, no encontramos idiotas que ofrecen los mismos rasgos de organización que Lombroso considera característicos de la locura criminal! Toda la diferencia entre estos y los que han sido entregados al verdugo, no es sino la diferencia de las condiciones en que se vive. Las enfermedades del cerebro pueden ciertamente favorecer el desarrollo de una inclinación al asesinato; pero este no es obligado. Todo dependerá de las circunstancias en que sea colocado el individuo que sufre una enfermedad cerebral; Frey murió guillotinado, porque toda una serie de circunstancias le impulsaron hacia el crimen; cualquier otro idiota morirá rodeado de su familia, porque en su vida no se le empujó nunca hacia el asesinato.
1826

    Kropotkin
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